Los que nos acompañan en los días oscuros
En la vida, nadie se salva de los días oscuros, de esos momentos en los que la peor versión de uno mismo asoma con una crudeza irremediable.
El miedo, la tristeza, la inseguridad o la ira nos arrebatan la calma y nos convierten en algo que no siempre reconocemos. En esos instantes, es fácil que otros se alejen, que elijan marcharse porque no desean lidiar con lo que somos cuando no estamos en plenitud. Pero hay quienes, en lugar de huir, se quedan. No porque sean mártires ni porque gusten del sufrimiento ajeno, sino porque ven más allá de la tormenta y saben que debajo de las imperfecciones aún habita un ser valioso.
Quedarse cuando el otro muestra su peor cara es un acto de amor y de compromiso.
No implica aceptar lo inaceptable ni justificar lo injustificable, sino comprender que todos tenemos defectos y que el verdadero afecto no consiste en idealizar, sino en acompañar. Quien se queda en los momentos difíciles no es aquel que aplaude nuestras fallas, sino quien nos ayuda a superarlas. Es el que, con paciencia y afecto, nos muestra el reflejo de lo que podemos llegar a ser, el que señala los caminos posibles hacia una versión mejorada de nosotros mismos.
Y si alguien decide quedarse a pesar de nuestros tropiezos, no es solo un testimonio de su nobleza, sino también de la nuestra.
Porque, aunque tengamos errores, en nosotros hay algo que vale la pena. Hay bondad, hay principios, hay valores que brillan incluso en medio de la tormenta. Tal vez nos falten “hervores”, como dice el dicho, tal vez aún estemos en proceso de cocción, pero lo importante es que la esencia sigue siendo buena y el balance también. Y quien lo ve, quien lo reconoce, quien elige acompañarnos en ese proceso, merece también nuestro reconocimiento y gratitud.
Nadie es perfecto, pero todos tenemos la capacidad de mejorar.
La vida no es un sendero recto, sino un constante ir y venir de lecciones aprendidas, de caídas y redenciones.
Encontrar a alguien que nos acepte sin dejar de impulsarnos a crecer es una fortuna, un privilegio que no se debe dar por sentado.
Porque quien se queda, quien ayuda, quien ve la luz en medio de las sombras, está apostando no solo por el otro, sino por la esperanza de que todos podemos ser mejores.
Y eso, al final del día, es una de las expresiones más puras del amor.