Falsa realidad o la vida es un oxímoron*
Era una noche luminosa cuando Laura decidió abandonar su hogar acogedoramente inhóspito. Su familia, unida por desencuentros, la había acostumbrado a un amor indiferente, ese que arropa con frío y acaricia con aspereza.
Mientras cerraba la puerta abierta de su infancia, sintió un alivio angustiante, una alegría melancólica que le susurraba al oído que huir también es una forma de quedarse.
Las calles desiertas rebosaban de rostros anónimos, sombras iluminadas que cruzaban sin moverse. En la esquina, un mendigo opulento extendía una mano vacía, pidiendo sin pedir. Laura le ofreció una moneda inútil, que el hombre aceptó con rechazo.
Caminó sin rumbo fijo, guiada por una brújula extraviada que marcaba el norte en todas direcciones. La madrugada era un estruendoso silencioso donde los faroles apagados brillaban con intensidad.
En cada paso que daba, retrocedía un poco más dentro de sí misma. Al llegar a la plaza abandonada por multitudes, se sentó en un banco incómodo y confortable.
Sus pensamientos eran claros como el barro, y en su mente bullía un caos organizado de certezas inciertas. No sabía si se iba o si volvía, si quería recordar u olvidar.
Entonces lo vio. Era un desconocido familiar, de esos que uno siente haber visto en algún olvido. Sus ojos ciegos la miraron con atención y su boca muda le dijo con palabras calladas:
—Siempre llegas tarde a tiempo.
Laura sintió una emoción indiferente. Sus ganas de llorar sonrieron, y con una voz silenciosa respondió:
—Me gusta odiarte sin conocerte.
Él asintió con incredulidad convencida. Se sentaron juntos, separados por la cercanía de sus propias lejanías. Compartieron recuerdos futuros, se contaron secretos evidentes, se abrazaron con distancia. Cuando el sol se escondió mostrando su luz, Laura entendió que partir también es permanecer.
Se puso de pie, sin moverse, y sin decir adiós le susurró al viento una despedida eterna, que duró apenas un instante. Y entonces siguió su camino, avanzando hacia atrás, sabiendo que nunca es siempre y que su historia recién terminaba de empezar.
Porque, al final, la vida no es más que un oxímoron: una verdad mentirosa que siempre nos deja sin palabras para describirla.
*Oxímoron, la RAE lo define:
«Combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido”. O sea, juntar palabras que parecen pelearse, pero en realidad crean algo nuevo. Como «secreto a voces» o «realidad virtual»… ¡Puro drama lingüístico!