Lecciones del mundo al revés
En los rincones de la historia, entre los silencios de los que mandan y los gritos de los que sufren, siempre hay algo que aprender. La vida es una escuela sin pizarras, sin pupitres, sin campanas que anuncien el recreo. Y en esta escuela, los maestros no siempre llevan títulos ni visten de toga. Algunos enseñan con su ejemplo; otros, con su desgracia.
Aquel que pisa fuerte sobre los demás nos enseña el peso de la opresión.
La mano que empuña el látigo nos recuerda el dolor de la injusticia. El que miente con descaro nos grita, sin quererlo, el valor de la verdad. De los tiranos aprendemos a desconfiar del poder, de los corruptos a desconfiar de las monedas, de los indiferentes a desconfiar del silencio.
Pero no basta con aprender.
Aprender sin actuar es condenarse a repetir la lección. En los espejos rotos de la historia están los rostros de aquellos que no supieron ver la advertencia a tiempo. Los que ignoraron las señales, los que pensaron que la barbarie era solo un eco lejano.
En la América nuestra, la del sur del mundo, el que roba con traje es un señor, el que roba por hambre es un delincuente. Aquí, los que deberían ser advertencias gobiernan y los que deberían gobernar son advertidos. Pero incluso en el absurdo, la lección es clara: “si el mundo está al revés, hay que darle la vuelta.”
Porque al final, la historia no la escriben los vencedores, sino los que se niegan a olvidar.
Y de cada error, de cada abuso, de cada mentira, hay algo que rescatar. No porque queramos mirar la herida, sino porque sabemos que solo sanará si la nombramos.
Así que sí, de todos podemos aprender.
Que los que se creen ejemplo nos enseñen la humildad que no tienen.
Que los que siembran el miedo nos enseñen la importancia del coraje.
Que los que humillan nos recuerden el valor de la dignidad.
“. Y que aquellos que no son un buen ejemplo sean, al menos, una advertencia que no podamos ignorar.”