Adiós, flor de la tristeza

Flor de la tristeza, que te has enredado en mis huesos como una enredadera terca, alimentándote de mis dudas, de mis miedos, de las noches en vela y los amaneceres sin esperanza. Te sembraste en mi pecho cuando aún era un campo abierto al sol, cuando mi risa era un río que corría sin miedo al mar. Pero ya no. Ya no más.

He tomado una decisión:

Dejarte sin agua, sin tierra fértil, sin suspiros que te nutran. Que se te sequen los pétalos, que se te deshagan las hojas, que te vayas con el viento sin dejar rastro en mi piel.

No eres más que un espejismo de lo que fui, un fantasma de lo que creí necesitar. Y yo, que he sido tu jardinero fiel, el que te dio abrigo en cada invierno, he decidido que es hora de dejarte morir.

Porque ya no quiero ser el terreno en el que creces sin permiso.

Intentaste amarrarme con tus raíces.

Hacerme creer que sin ti no habría paisaje, que sin tu sombra el sol me quemaría. Pero no. Hoy me sacudo la tierra, arranco los vestigios de tu abrazo invisible y camino descalzo sobre lo que queda de ti.

Y aunque duela, y aunque la tierra huela a despedida, sé que cada paso es un paso hacia mi libertad.

No nacimos para gustarle a todos.

No somos monedas de oro ni versos para todos los oídos. Somos quien somos, con nuestras sombras y nuestras luces, con nuestras torpezas y nuestras revoluciones internas.

Y si algo he aprendido es que vale más el respeto de los que miran sin juzgar que la aceptación de quienes solo entienden lo que pueden encasillar.

Porque hay un error que la humanidad repite con necia insistencia:

Creer que podemos extirpar del pensamiento lo que el corazón se niega a soltar. Y no, la memoria no obedece órdenes, ni el amor entiende de razones.

Pero sí podemos aprender a hacer las paces con lo que fuimos, con lo que nos dolió, con las flores marchitas y las cicatrices en el alma.

Y al final, quizá, entenderemos que la única manera de avanzar es aceptar que hay cosas que, por más que intentemos, jamás podrán ser olvidadas. Pero sí dejadas atrás.

Así que aquí me despido, flor de la tristeza.

Sin rencores, sin odios, sin preguntas sin responder. Me marcho con la certeza de que fui terreno fértil por demasiado tiempo, pero que hoy, hoy al fin, soy campo abierto otra vez.