Los amores en tiempos líquidos*

El amor, ese misterio eterno, ha cambiado de piel sin cambiar de esencia.

Como los ríos que nunca son los mismos, pero siguen corriendo al mar, los amores de hoy tienen nuevos nombres y otras geografías, pero siguen siendo lo que siempre fueron: un temblor en el alma, un vértigo en la piel, un miedo y una esperanza abrazados.

En estos tiempos líquidos, como diría Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco que analizó la modernidad y sus incertidumbres, el amor parece escurrirse entre los dedos. Se ama sin contratos y se besa sin promesas. Poliamor, parejas abiertas, citas digitales, encuentros efímeros. Algunos celebran la libertad, otros temen la fugacidad. ¿Pero no es acaso el amor, desde siempre, el arte de la incertidumbre? ¿No fue siempre un salto al vacío con la promesa de alas?

Antes, las historias de amor venían con guion y final predecible.

Hoy, cada uno escribe el suyo con la tinta de la posibilidad. No hay dogmas ni recetas únicas. Hay quienes aman a una sola persona, y quienes aman a varias. Hay quienes buscan cuerpos sin nombres, y quienes encuentran nombres que les estremecen el alma. En el amor, como en la vida, no hay mapas definitivos, solo brújulas temblorosas.

Pero hay algo que no cambia, algo que ni los algoritmos de las citas en línea ni la velocidad de los tiempos modernos pueden borrar:

La necesidad humana de sentirse visto, de ser reconocido por otro. Porque el amor, más que posesión o contrato, es testimonio: la mirada del otro que nos confirma que existimos. ¿De qué sirve el placer sin la chispa del encuentro? ¿De qué sirve la piel sin el eco de la emoción?

El amor no es un deber ni una cadena, es un hallazgo, un incendio, un rayo que parte en dos la rutina.

Puede durar una vida o un minuto, puede ser exclusivo o compartido, puede nacer en una pantalla o en una calle vacía. Pero si es amor de verdad, deja huella. Porque amar, sea como sea, es atreverse a desafiar la soledad, aunque sea por un instante. Y ese desafío es, quizás, el acto más humano de todos.

 

*Tiempos líquidos: La expresión, acuñada por Zygmunt Bauman (1925-2017), describe con precisión el tránsito de una modernidad «sólida» –estable, repetitiva– a una «líquida» –cambiante, voluble– en la que las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario para solidificarse y no sirven como marcos de referencia para la acción humana.