«Los dueños del mundo y los nadies»
Vivimos en tiempos de ruido y prisa, donde todo se compra y se vende.
El dinero ya no es un medio, sino el único fin. Antes se hablaba de la avaricia como un pecado, ahora es una virtud. Los que más tienen quieren más, los que menos tienen apenas sobreviven. Y en esta feria de codicia, el mundo sigue girando mientras algunos cuentan billetes y otros cuentan los días hasta fin de mes.
Las guerras, como siempre, las deciden los poderosos y las sufren los inocentes.
No hay misiles que caigan en las oficinas de los que firman las órdenes, no hay balas que alcancen a los que financian el horror. La guerra es un negocio, y la sangre, la moneda de cambio. Se bombardean ciudades en nombre de la paz, se destruyen pueblos en nombre del progreso. Pero nadie se acuerda de los niños que no despertarán mañana, de los cuerpos que ya no tendrán historia.
El amor, ese misterio de todos los tiempos, también ha cambiado.
Hay quienes lo encierran en moldes viejos y polvorientos, como si el amor pudiera obedecer mandatos. Pero el amor, rebelde como siempre, se abre camino de mil formas, se viste con distintos colores, se reinventa. Un hombre ama a otro hombre, una mujer se enamora de otra mujer, hay quienes se encuentran en tres, en cuatro, en muchas maneras que los libros de historia no contaron. ¿Y qué importa cómo? Lo único cierto es que el amor, cuando es verdadero, no daña, no encadena, no somete.
Mientras tanto, los libros se cubren de polvo, porque nos han enseñado a no pensar.
Leer ya no es un placer, sino un esfuerzo que pocos están dispuestos a hacer. Nos han cambiado la imaginación por la inmediatez, las historias por los titulares, la reflexión por los eslóganes. La educación ya no enseña a preguntar, solo a repetir. Y los que tienen las respuestas nunca las buscan en los lugares correctos.
Nos rodean pantallas llenas de sonrisas prefabricadas.
Nos dicen qué es hermoso, qué es exitoso, qué es valioso. Los influencers nos venden vidas que ni siquiera son las suyas, y nosotros, encantados, compramos la ilusión. Nos vestimos como nos dicen, opinamos lo que nos dictan, seguimos las modas que mañana serán basura.
Pero aún hay quienes resisten.
Los que siguen escribiendo en papeles sueltos, los que se niegan a que el dinero compre su dignidad, los que aman sin pedir permiso, los que se aferran a los libros como quien se aferra a la última vela en la tormenta.
Y mientras exista un solo rebelde, un solo soñador, un solo inconforme, el mundo aún tendrá salvación.