El insomnio de los cautivos
Nos pasamos la vida caminando sobre un hilo delgado:
A un lado, el vacío de lo que nos falta; al otro, el peso de lo que cargamos. Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo. Unos no duermen por la ansiedad de alcanzar lo que aún no tienen; otros, por el pánico de perder lo que poseen. Pero el que teme perder lo que tiene se aferra con tanta fuerza que termina asfixiándolo, como si el miedo fuera una forma de adelantarse a la pérdida.
Acumulamos objetos, dinero y certezas creyendo que nos protegerán de la incertidumbre.
Sin darnos cuenta de que terminamos siendo súbditos de nuestras propias posesiones. La seguridad se vuelve un espejismo, porque cuanto más tenemos, más nos duele la posibilidad de perderlo. Así, confundimos felicidad con pertenencia, estabilidad con acumulación, y en esa lucha constante nos olvidamos de vivir. No hay cárcel más implacable que aquella que no vemos: la que levantamos con nuestras propias preocupaciones, la que nos mantiene encerrados en la angustia de lo que nos falta o en el temor de lo que podemos perder.
A veces, la peor condena no es la carencia, sino el apego.
Nos enseñaron que la felicidad está en alcanzar lo que queremos, en llenar vacíos con bienes, logros o certezas. Pero ¿y si la verdadera paz no estuviera en acumular sino en soltar? ¿En aceptar que lo que poseemos es solo transitorio y que el valor de las cosas no debería definirnos? Porque no hay descanso para el que corre tras lo que no tiene ni para el que vigila obsesivamente lo que ha conseguido.
Nos pasamos la vida intentando llenar el silencio con ruido.
El vacío con posesiones, la incertidumbre con planes, pero todo eso es frágil. Un día lo que tenemos deja de tener sentido, o se nos escapa de las manos, y entonces nos damos cuenta de que nunca fue nuestro. Lo verdaderamente nuestro es lo que no se puede perder: la capacidad de vivir el presente sin miedo, de encontrar sosiego en lo simple, de caminar sin la carga del pasado ni el peso del futuro.
La verdadera libertad no está en tener ni en retener.
Sino en aprender a soltar, en comprender que ni la escasez ni la abundancia nos definen. Solo aquel que no se ata ni a la carencia ni a la abundancia puede dormir sin sobresaltos. Porque no teme al mañana, ni le debe nada al ayer.
«Su único tesoro es la paz de estar vivo.»