Historias mínimas: “La carta perdida”
Sofía siempre se había creído una mujer fuerte. Desde que quedó viuda, se refugió en el trabajo y en su hija, Valeria. Pero, sin darse cuenta, el tiempo se le escurrió entre los dedos como arena en un reloj roto.
Una tarde, al llegar a casa, vio un sobre en la mesa del comedor. Era de Valeria. Lo miró de reojo, con esa promesa típica del «después». Y el después nunca llegó.
Valeria enfermó, y con las semanas fue necesario ingresarla.
Los días pasaron y el sobre quedó enterrado entre cuentas y papeles sin importancia. Mientras tanto, en un hospital, Valeria se iba apagando, como una vela sin oxígeno. Sofía estaba allí, claro, pero a medias, siempre con la cabeza en otro lado, en un próximo pendiente, en una urgencia que hoy ni recuerda.
Cuando Valeria murió, el mundo de Sofía quedó suspendido en un silencio espeso. Primero, la negación, como un mecanismo de defensa oxidado. Luego, el trabajo como refugio. Pero una tarde, hurgando entre papeles viejos, se topó con el sobre olvidado. Y el corazón le hizo un hueco.
Lo abrió con manos temblorosas:
«Má, sé que siempre estás ocupada, pero solo quería decirte que te amo. Gracias por todo lo que haces por mí. Ojalá podamos pasar más tiempo juntas pronto.»
Las palabras le pesaron en el pecho como un lamento tardío. Sofía cayó de rodillas, abrazando el papel como si pudiera devolverle a Valeria. Pero la culpa es un veneno lento. Destrozada, dejó de comer, de dormir, de vivir. Su reflejo en el espejo le devolvía la mirada de una mujer vacía, atrapada en un tiempo que ya no existía.
Los días se convirtieron en un borrón. Sus compañeros de trabajo la vieron desmoronarse, pero nadie supo qué hacer. Hasta que un día, simplemente dejó de ir.
Una vecina fue quien encontró la casa en completo abandono y a Sofía en el suelo, con la carta arrugada en sus manos. El médico lo confirmó: había muerto de inanición y tristeza. Nadie reclamó su cuerpo de inmediato. Fue enterrada con la carta de Valeria aún entre sus dedos fríos. Así terminó su historia: no con la redención, sino con la sombra de un arrepentimiento insoportable.
“La vida se trata de decisiones. Algunas de las cuales lamentamos, otras nos enorgullecen. Algunas nos perseguirán por siempre.” Graham Brown