Llegó diciembre
Se encendieron las luces de los escaparates y, como cada año, las calles se vistieron de un brillo prestado.
Se acerca la Navidad y con ella la danza de los deseos, comprados y envueltos en papel dorado. Las tiendas parpadean como faroles ansiosos, llamando a quienes buscan amor en descuentos y alegría en cuotas. Pero entre el fulgor, alguien pasa de largo, con las manos vacías y el corazón lleno de historias. Para ellos, la Navidad no llega por el camino de las vitrinas, sino en el calor de una palabra, en el eco de una risa compartida.
La Navidad llegará, otra vez
Cargada de luces que parpadean y de villancicos que bailan en las calles. Pero en los rincones donde la vida duele, no hay luces ni canciones. Allí, donde el hambre aprieta y el frío cala los huesos, la Navidad no lleva su traje de luces. Es allí, en el llanto de quienes han enterrado a sus muertos, en el susurro roto de los enfermos que le hablan al silencio, donde se esconde el verdadero espíritu de la Navidad. En las trincheras de las guerras que no tienen fin, en las fronteras que dividen la carne y los sueños, en las esquinas donde la discriminación escribe sus leyes, allí, la Navidad sufre. Y su mensaje no tiene dueño, ni cruz, ni estrella. Es apenas un murmullo que nos llama a recordar que la humanidad es un solo cuerpo, y que cada herida ajena es también la nuestra.
Otro año se cierra
Cargado de días que se fueron y de promesas que no cumplimos. Pero en el horizonte, el nuevo año asoma tímido, como un niño que apenas aprende a caminar. Que sea un año para construir puentes y derribar muros, para abrir las manos en lugar de cerrarlas, para vestir la Navidad de lo que siempre fue: el calor de un abrazo y el milagro de la esperanza que no se rinde. Que sea un año para dar voz a los silenciados, para encender una luz en las sombras donde habitan los olvidados. Que los que tienen hambre encuentren pan, los que tienen frío encuentren fuego, y los que lloran encuentren brazos donde descansar y ser consolados.
Que aprendamos, al fin
Que el mundo no se divide entre los que tienen y los que no, sino entre los que cuidan y los que olvidan. Que el próximo año sea un tiempo de sembrar bondades en los campos que otros dejaron baldíos, y de recordar que, aunque parezca pequeña, cada chispa puede incendiar la oscuridad. Porque el milagro no está en las estrellas que brillan lejos, sino en la voluntad de encenderlas aquí, en esta tierra herida que aún guarda vida y futuro. Que el nuevo año nos encuentre sanos y menos solos.