«La herencia es un error de cálculo»

La herencia, nos dice Franco Modigliani ((1918-2003), no es más que un error de cálculo. No una bendición, ni un acto de amor. Un descubierto. Su teoría, premiada y respetada, sugiere que la herencia es un fruto extraño de la vida, una acumulación de ahorros mal entendidos. Modigliani, Nobel de Economía en 1985, creía que el ser humano pasaba sus años de trabajo guardando monedas y sueños, tejiendo la esperanza de una vejez sin sobresaltos.

Con cada día que pasa, el trabajador ahorra un poco más.

Cree que necesitará mucho, quizás más de lo que realmente va a usar. Y es que los años avanzan, y con ellos los miedos. Los temores de quedarse sin nada, el pavor a la escasez cuando ya las fuerzas no alcanzan. Pero también, sin darse cuenta, el trabajador común subestima sus ahorros, acumula y acumula, hasta que un día llega el fin de la vida, y las cuentas siguen llenas, como si todo ese dinero y esos bienes fueran a darle seguridad alguna en el más allá.

Es aquí, en este último acto, donde Modigliani nos plantea una verdad incómoda:

La herencia no es un regalo cuidadosamente planeado, ni un último acto de generosidad, sino el producto de un error, de una matemática fallida. No ahorramos para dejar, sino para sostenernos. Pero en esa acumulación ansiosa de seguridad, terminamos dejando más de lo que necesitamos, regalando fortuna. Modigliani desmonta así la idea de que el ahorro nace del deseo de heredar. No es un legado voluntario, sino el subproducto de una previsión errada. La herencia es, en sus palabras, una sombra, un eco. No es la voluntad de un hombre por ser recordado, sino la consecuencia de no haber calculado bien sus días, de haberle tenido demasiado respeto al futuro.

Y así, los hijos y nietos heredan.

No porque se lo hayan ganado, ni porque el viejo haya querido dárselo, sino porque en su vejez calculó mal. La herencia es, entonces, ese error de cálculo: un simple resto, un sobrante de la vida.