La importancia del legado en los hijos
Herencia es lo que dejamos, tangible y contable; legado, lo que sembramos, inasible e imborrable. La herencia se define en las cosas que podemos tocar: autos, casas, cuentas bancarias, todo lo que una vez nos perteneció y que, a través de la voluntad de un papel, termina en manos de nuestros hijos. Cosas que se pesan, que se cuentan, que se almacenan en cajas fuertes.Pero el legado… el legado habita en otro reino.
Se instala en las profundidades del ser, en los rincones donde la memoria arde, fluye por la sangre, define lo que ellos son, no lo que tienen. El legado es esa voz interna que nunca se apaga, el eco de las risas y las penas que compartimos, de los sueños que nos fueron esquivos.
Es la huella que guía sus pasos, una presencia sutil en sus elecciones, en sus dudas. En las reuniones familiares, se debate sobre quién heredará la casa del lago o las joyas de la abuela. Pero hay hijos que no recibirán objetos ni propiedades porque sus padres no los posean. Para ellos, el legado perdura, inalterable,
Mientras que la herencia puede evaporarse, perderse o incluso ser olvidada bajo el polvo de un cuarto cerrado, el legado es indeleble. Acompaña a nuestros hijos a dondequiera que vayan, actuando como una sombra que los impulsa a seguir adelante cuando todo parece desmoronarse. Es la fuerza que los hace levantarse tras cada tropiezo, el latido constante que les recuerda que pertenecen a algo más grande.
El legado se lleva en la piel, en la mirada, en cada paso que dan por la vida. Lo que verdaderamente perdura no es lo que se acumula, sino lo que se les ha permitido ser, lo que los impulsa a caminar, luchar, soñar. Herencia es un acto de entrega; el legado, un acto de siembra profunda.
Y en cada gesto de nuestros hijos, en cada decisión que toman, en cada desafío que enfrentan, allí germina el legado. No se mide por la riqueza acumulada, sino por la huella que deja en sus maneras de ver y transformar el mundo, un fuego que nunca se extingue, una brújula que los guía incluso en la más profunda oscuridad.
Herencia, finita y que se agota; legado, infinito y que florece en cada nuevo paso que dan, llevando siempre algo vivo de nosotros en ellos.