La muerte nunca es el final. Jamás lo fue

Somos lo que hacemos, lo que decimos y lo que callamos. Vivimos en un suspiro que se mezcla con el viento, en un parpadeo que se desvanece en la eternidad. Construimos con nuestras manos y derrumbamos con nuestros miedos, pero al final, la vida nos lleva por caminos que no siempre elegimos, empujándonos hacia un destino incierto.

Y entonces llega la muerte, silenciosa y paciente, esperando el momento de detener el reloj. No pregunta, no avisa, simplemente llega. Pero no es el fin, sino la continuación de lo que fuimos. Deja atrás nuestros cuerpos, palabras y silencios, convirtiéndonos en recuerdos, en susurros que se desvanecen con el tiempo.

Sin embargo, algo siempre quedará. Un rastro, un destello, un eco de nuestros pasos. Seremos las semillas de los sueños de otros, el aliento en la lucha de quienes vendrán. Aunque el olvido sea inevitable, siempre quedará algo, aunque sea pequeño, aunque sea invisible.

Quedaremos en el vuelo de un pájaro, en la sonrisa de un niño, en la brisa que acaricia las hojas. Somos lo que dejamos en los demás, lo que plantamos en el corazón de quienes amamos. Y eso, aunque olvidado, vivirá. Porque la muerte es solo una pausa, y el legado es el susurro que sigue cantando, incluso cuando ya no estemos para escucharlo.