La tabla de las emociones
Mirá…Uno a veces se pregunta —o le pregunta a la vida, que es lo mismo— qué demonios será la felicidad. Y la verdad… qué sé yo. Hay tantas definiciones como personas hay pateando este mundo. Pero si me apuran, si me piden una nomás, yo les digo esta, que me suena linda, que me acomoda el alma:” la felicidad es estar bien con uno mismo y con la vida, a pesar de todo el ruido de afuera, que cambia y se desacomoda como viento de tormenta.”
Entonces, si me permiten, los invito a hacer un pequeño ejercicio. No es gran cosa, pero ayuda:
Al final de cada día, sin apurarse, como quien pela una mandarina, piensen: ¿cómo estuvo mi ánimo hoy? Y se ponen una nota, del uno al diez. Así, simple. Un diez sería esa felicidad loca, fulgurante, que por ahí te visita una o dos veces en toda una vida, y ya es bastante.
Ahora, no sean crueles con ustedes mismos.
No busquen vivir instalados en el diez, porque ahí empieza la trampa. La vida no es eso. Yo, miren, he tenido mis diez. Claro que sí. El día que nació mi hija. El día que conocí a la mujer que después entendí que era “la compañera”. O esos días en que el trabajo, era pasión.
Pero no, no vivo en el diez. Nadie vive ahí, créanme.
Yo me muevo más bien por el cinco. Un promedio honesto. Tranquilo. Una felicidad chiquita pero firme, de esas que uno casi ni advierte, pero que, si faltan, ay, cómo se notan.
Y, por supuesto, también me tocan los tres.
Días en que algo se rompe, algo duele, algo falta. Porque sí. Porque así es el asunto. Una amiga que falla. Un desprecio gratuito. Un miedo nuevo. Siempre habrá razones para caerse un poco.
Pero uno aprende.
No hay que pelearse con el tres. Ni disfrazarse de payaso. Ni hacerse reproches. El tres, como la lluvia, viene y después se va. Y uno sabe —porque la vida se lo enseñó a cabezazos— que después del tres vuelve el cinco, y a veces, si uno tiene suerte, hasta aparece un ocho.
¡Y el ocho, qué maravilla!
A veces el sol te pega justo en la cara, y el corazón late agradecido, sin razones, sin explicaciones. Y ahí entendés, sin que nadie te lo diga, que la felicidad no es no tener tristezas. Es saber vivirlas, abrazarlas, y seguir.
Así es la vida, compañeros. Y bendita sea.