No es un viernes cualquiera

Hoy es viernes. En algún rincón del mundo alguien resiste, mientras otro aprieta el gatillo o el botón de “enviar”.

A este Jesús moderno, lo llamaban “El Flaco”.

No tenía sponsors ni promesas de campaña. Solo llevaba preguntas en los ojos y el pan caliente en las manos. Decía cosas que no venden: “Compartí”, “Perdona”, “No te tragues el odio, aunque venga en cápsulas de colores patrios”.

Por eso lo miraban mal los que mandan.

Y peor aún, los que fingen servir. Lo entregó un Judas con discurso de eficiencia. Pedro lo negó con la seguridad de quien no quiere mancharse la reputación. Lo juzgaron en horario central. Con encuestas, panelistas y una justicia con balanza oxidada. Pilato se lavó las manos con gel antibacterial, y sonrió para las cámaras mientras el pueblo votaba crucifixión con emojis.

La cruz no era de madera: era un poste, una pantalla, un algoritmo.

El Flaco fue paseado por redes y noticieros: memes, burlas, titulares editados para entretener. Murió, como mueren los que todavía creen. Entre dos ladrones, uno vencido por el sistema, otro seducido por él.

María lo miraba desde la esquina.

Con el alma hecha polvo y la dignidad intacta. Sabía que el mundo no cambia fácil. Pero igual lo parió. Y lo lloró. El Flaco no murió por error. Murió por amor, ese delito impune que aún molesta a los que mandan matar con firma y membrete.

Y, sin embargo, sigue.

Camina los barrios con los pies sucios y el corazón en carne viva. Su cruz hoy tiene forma de deuda, de frontera, de olla vacía. Lo siguen llamando loco. Exagerado. Pero hay quienes lo escuchan. Y lo encuentran en el abrazo que no pregunta, en la mirada del que no odia, en la sopa que se comparte, aunque no alcance. Aunque lo sigan clavando a pantalla y prejuicio, hay manos que se animan a bajarlo. No para enterrarlo, sino para sembrarlo.

Porque el milagro no fue que resucitara.

El verdadero milagro es que todavía haya quien elija el bien, aunque cueste caro, aunque no rinda, aunque no dé votos. Y mientras haya hambre de justicia, sed de verdad, y alguien que se atreva a decir “esto no está bien”, El Flaco, terco, libre, seguirá caminando.

Con ojeras. Con esperanza. Con una voz que no grita, pero tampoco se calla.