La edad de la Libertad

A Sebastián y Patricia, que llevan décadas deshojando calendarios en la misma casa, les preguntaron:

—¿Les gusta ser mayores?

Y así, con la calma de quien ya no corre, respondieron:

Hemos descubierto que ser mayores no es una carga.

Es una forma de andar más liviano. Nos miramos al espejo y ahí están: las arrugas como mapas, las ojeras como noches enteras, la piel blanda como la ternura. El tiempo no nos ha quitado nada que no haya dejado algo a cambio.

No cambiaríamos nuestras canas por promesas de juventud. Ni nuestros silencios por el ruido de la prisa.

Nos hemos hecho amigos de nosotros mismos. Ya no nos regañamos por la cama sin tender ni por la galleta robada antes de dormir. Nos damos permiso para el caos, para la risa sin sentido, para oler una flor y quedarnos ahí, oliendo el mundo.

Hemos aprendido que la libertad llega con los años, como esas cosas que uno no esperaba, pero se agradecen.

¿Y a quién le importa si nos dormimos tarde porque estuvimos leyendo o jugando en la computadora? Las reglas ya no nos gobiernan. Bailamos con los recuerdos de los 50, 60, 70, 80, 90… y no importa si ya no saltamos tan alto: la música aún nos hace volar. Seguimos saliendo con amigos, y entre risas y pasos, la alegría nos rejuvenece.

El sexo también ha cambiado:

Es diferente, sí, pero maravilloso y mejor. Conocemos nuestro cuerpo y el del otro con ternura, sin apuros ni expectativas ajenas. Nos sentimos jóvenes, más allá de nuestras arrugas, porque el alma no envejece cuando se mantiene viva.

A veces nos enamoramos otra vez, otras veces lloramos por quien se fue.

Todo eso también es vivir. Hemos caminado la playa con trajes de baño y sin vergüenza. Las miradas ajenas no nos duelen: las jóvenes también envejecerán, si la vida las bendice. A veces olvidamos cosas pequeñas, pero nunca lo esencial. Lo vivido nos ha dolido, pero el dolor no nos destruyó: nos transformó.

Nos gusta nuestra edad, porque ahora somos más libres.

Nos gusta en lo que nos hemos convertido. No viviremos para siempre – nadie lo vive-, pero mientras estemos aquí, no perderemos tiempo llorando lo que no fue ni temiendo lo que será. Amaremos sin adornos, hablaremos con dulzura y pondremos todo en manos de Dios. Contemplamos las flores sin prisa, seguimos a las mariposas como si fueran milagros con alas.

Disfrutamos cada día, y no nos pesa haber dejado atrás la juventud.

Soñamos aún. Agradecemos el sol en la ventana, que amanece como nosotros: un poco más lento, pero más sabio. Nos sentimos plenos cuando hacemos ejercicio físico, cuando cocinamos con amor, o cuando cuidamos de nuestro jardín como quien cuida de su propia alma.

Porque la única forma de envejecer es vivir muchos años y saberlo.