Libre albedrío:”El arte de elegir en un mundo que decide por nosotros»

Dicen que somos libres. Dicen que podemos elegir.

Pero uno nace en cuna de oro o en piso de tierra. Nace con el pan bajo el brazo o con la boca vacía. Nace en barrio con nombre, con árboles, con escuela, o en terreno baldío donde la única geografía es la del hambre.

Dicen que cada quien es dueño de su destino.

Pero el niño que vende caramelos en la esquina no sabe de destinos, salvo el de las manos que le compran o le rechazan. Su destino es el del día que empieza y termina sin promesas. Y el otro, el niño de zapatos relucientes, aprende en libros hermosos que el mundo es suyo si se lo propone.

El libre albedrío es el don más sagrado, dicen.

Pero los esclavos de ayer no pudieron elegir. Sus cadenas brillaban bajo el sol del Caribe mientras las plantaciones florecían. Y los esclavos de hoy, que llevan traje o uniforme, no ven las cadenas, pero las sienten. Son las deudas que atan, los horarios que muerden, los muros que separan.

¿Elegimos, de verdad?

Dios nos dio la libertad, dicen los que rezan. Pero hay dioses que castigan a quienes piensan distinto, a quienes aman distinto, a quienes viven distinto. Si tan libres somos, ¿por qué tanto miedo a elegir caminos que se desvían?

Y sin embargo, a veces, la vida se rebela.

El esclavo se levanta. La mujer golpeada huye y aprende a vivir sin miedo. El obrero alza la voz y el patrón tiembla. Hay quien nace sin opciones y las inventa. Hay quien hereda jaulas y construye alas.

Quizá el libre albedrío no sea más que eso: la terquedad de elegir aun cuando todo dice que no.

Y entonces, con suerte, el niño de los caramelos en la esquina un día deja de vender y empieza a contar historias. Y el otro, el de los zapatos relucientes, aprende que no todos los caminos vienen marcados, y que a veces, los más dignos son los que uno dibuja con sus propios pasos.