Tocar para curar
Cuando era niña, le robaron el cuerpo. Manos ajenas, sucias de miedo, rompieron la casa donde vivía su alma.
Creció con el silencio trepándole la garganta. Cada paso era una batalla, cada abrazo, un campo minado.
Y entonces, un día, decidió tocar. Pero no como la tocaron a ella. No para herir. No para robar.
Se hizo fisioterapeuta. Aprendió el arte de las manos que curan. Manos que preguntan sin palabras, que piden permiso en cada caricia, que devuelven al cuerpo lo que otros le quitaron.
Hoy, cuando toca una espalda herida, cuando alivia un cuello encorvado por el peso de la tristeza, no solo sana músculos. Sana memorias.
Cada paciente que se levanta de su camilla, se lleva un pedacito del milagro: el de una mujer que, tocando, aprendió a salvarse.
Y así, paradójicamente, tocando otros cuerpos, reconstruye el suyo.