El “manual de los arrepentimientos” en 5 historias

1.  El otro que vivía en mí

Nació siendo él, pero lo domesticaron pronto. Le enseñaron a portarse bien, a estudiar lo que daba dinero, a casarse con quien no amaba, pero convenía. Creció obedeciendo, y cada decisión era una puñalada discreta a lo que realmente quería.

A veces, en los espejos, veía a otro. Uno que escribía canciones en vez de contratos, que bailaba descalzo, que decía no sin culpa. Ese otro lo miraba en silencio. Nunca lo juzgaba, sólo lo esperaba.

Murió rodeado de flores caras y lamentos hipócritas. El otro, el verdadero, no asistió al velorio. Estaba en el mar, bailando con los pies en la arena.

2.  El hombre que trabajó hasta que se olvidó para qué

Tenía una agenda llena y un corazón vacío. Cada lunes era una guerra, y cada viernes una tregua rota. Ganaba bien, decía él, como si el alma se alimentara de billetes.

No recordaba la última vez que miró el cielo sin apuro. Ni el primer dibujo de su hija. Ni el olor del pan recién hecho en casa.

Trabajaba para vivir mejor, decía. Pero se le murió la vida mientras estaba en reunión.

3.  El guardián de los silencios

Desde chico aprendió que lo que se siente no se dice. Que llorar es de débiles, que el amor se sobreentiende, que el enojo se traga.

Guardó sus emociones en frascos etiquetados: “para después”, “no es tan importante”, “mejor no decir nada”.

Una noche, quiso abrirlos todos. Pero los frascos estaban oxidados. Y cuando por fin uno se rompió, salieron gritos, lágrimas y besos que nunca dio.

Fue tan fuerte la explosión, que por fin alguien lo escuchó.

4.  El que dejó morir a los amigos

Tenía cientos de contactos en su teléfono, pero ningún número al que pudiera llamar a las tres de la mañana. Las amistades, como las plantas, también se secan si uno no riega.

Siempre había una excusa: el trabajo, la familia, el cansancio. Y así fue dejando de verlos. Hasta que un día ya no sabía qué contarle a nadie, porque nadie conocía su historia entera.

Se dio cuenta tarde: había pasado la vida solo, rodeado de gente.

5.  El que se disfrazó toda la vida

Fue lo que esperaban: buen hijo, buen esposo, buen ciudadano. Su vida era un traje a medida, cortado por otros. Cada tanto, sentía un ardor en el pecho, como si algo dentro gritara.

Pero él lo callaba, con excusas, con miedo, con resignación. Nunca fue feliz, pero fue correcto. Nunca fue libre, pero fue aprobado.

Murió sin escándalo. Y en su epitafio no decía su nombre. Decía: “Aquí yace lo que quedó de alguien que nunca se atrevió a ser.”