El respeto, ese amigo necesario

Hay valores que se gastan con el tiempo, que se desdibujan entre las prisas y los relojes, entre los contratos sin alma y las palabras sin eco. Pero hay uno que persiste, uno que se sienta a la mesa, aunque no lo inviten, uno que hace menos ruido que el orgullo, pero deja huellas más profundas: el respeto.

El respeto no se grita, se vive. No se impone, se ofrece.

Y cuando un ser humano lo abraza como brújula, el resto de los valores —la honestidad, la tolerancia, la compasión— llegan solos, como amigos fieles que reconocen su hogar.

Porque cuando respetás al otro, no estás cediendo terreno.

Estás sembrando. Sembrás confianza, sembrás diálogo, sembrás un puente en vez de un muro. Y eso, en estos tiempos, es casi un acto de rebeldía. Respetar, es decir: «te veo», «te escucho», «te entiendo, aunque no te apruebe», «te acepto, aunque no coincida».

Respeto no es quedarse callado ante la injusticia.

Es justamente lo contrario. Es alzar la voz por los que no pueden. Es saber que la dignidad del otro también es responsabilidad nuestra. Es entender que la libertad ajena no amenaza la propia, sino que la enriquece.

Y si uno respeta, uno respira mejor.

Las relaciones se vuelven menos ásperas, más humanas. Los vínculos dejan de ser trincheras y se transforman en refugios. Si respetás, no tenés que andar pidiendo perdón todo el tiempo, porque tus actos ya vienen con el cuidado puesto.

Por eso, dejemos de hacer esas cosas que hieren, aunque parezcan pequeñas.

Las burlas disfrazadas de humor, los silencios que avalan el abuso, las miradas que desprecian sin palabras. Practiquemos el respeto como se practica el arte, con dedicación, con ensayo y con alma.

No es un favor que le hacés al otro.

Es una forma de vivir mejor, con menos ruido interno, con más paz en la almohada. Porque cuando respetás, también te respetás.

Y si algún día el mundo se hace más amable, si las calles se llenan de ojos que no juzgan, sino que acompañan, si los gestos se parecen más al abrigo que al empujón… será porque entendimos, al fin, que el respeto no es un lujo: es la base de todo lo que vale la pena.