«La verdad camina desnuda»
La verdad no se esconde. No puede. Camina por las calles como quien no le debe nada al mundo. Sin maquillaje. Sin coraza. Sin excusas. Y por eso duele. Por eso arde.
La miran de reojo. O no la miran.
Prefieren no verla. Prefieren la mentira con tacones y perfume. Una mentira bien peinada, con sonrisa de catálogo y voz de noticiero. A la verdad nadie la invita a las fiestas. Es mala para el ambiente.
Porque la verdad incomoda.
No pide permiso. No se disculpa. Tiene cicatrices, tiene historia, tiene nombre. Y no se lo cambia para agradar.
No usa máscara, ni filtro, ni título.
No se arrodilla ante el altar del «todo bien». Se planta, entera, aunque tiemble. Y en su temblor hay más fuerza que en mil uniformes.
La llaman loca. La llaman peligrosa.
Y lo es. Porque quien va sin disfraz, rompe todos los espejos. Los que la ven, se ven. Y eso, eso asusta.
La verdad va más desnuda que el cuerpo.
Va despojada de las capas que el mundo impone: la capa del «deber ser», la capa del «mejor callar», la capa del «¿y si me juzgan?».
Y por eso es libre.
Y por eso la temen. Porque en un mundo donde todos mienten un poco para sobrevivir, ella vive sin pedir perdón por existir.
La verdad no grita.
Pero cuando habla, se escucha más que mil megáfonos. Y aunque la tapen, aunque la censuren, aunque la vistan de escándalo…sigue ahí, caminando descalza.
Revolucionaria. Invencible. Viva.