Ni diosas ni musas, mujeres libres
Durante siglos les vendieron a las mujeres a Afrodita como un ideal. La diosa del amor, del deseo, de la belleza. La figura perfecta que todo lo seduce, que todo lo conmueve, pero que no incomoda. Una imagen moldeada para el placer ajeno, no para el poder propio.
Hoy, basta ya de mitos que encadenan.
La mujer real no vive en altares ni en postales. Vive en las calles, en las luchas, en los espacios que antes le fueron negados. Vive con emociones desbordadas, con rabia legítima, con un deseo que ya no se esconde ni se disculpa. No necesita diosas que la representen si esas diosas fueron creadas para domesticar su fuerza.
Afrodita ya no sirve si sigue siendo el ícono de la belleza estandarizada, del amor romántico que exige sacrificio, del deseo entendido como objeto. Las mujeres no quieren ser veneradas, quieren ser respetadas. No quieren ser deseadas, quieren ser escuchadas.
La belleza, para ellas, hoy se construye desde el cuerpo libre, no perfecto.
Desde la voz que grita, no que susurra. Desde la emoción que se impone, no que se reprime. Afrodita puede quedarse en los libros de mitología. Hoy ellas están escribiendo otra historia.
Una donde el amor no duele ni somete. Donde el deseo no es pecado ni debilidad. Donde la mujer no es musa, es autora. Y si alguna diosa debe acompañarlas, será una que se manche las manos, que se parta de risa, que se indigne, que no tema incomodar.
Esta no es una nota de homenaje. Es una declaración de ruptura.
Las mujeres no necesitan íconos antiguos que les digan cómo sentir, cómo amar, cómo lucir. Necesitan espacio para ser humanas: complejas, fuertes, contradictorias. Y eso no se encuentra en un mito. Se construye, día a día, con decisiones, con libertad, con coraje.
Afrodita, gracias por tu servicio. Pero ya es hora de que bajes del pedestal. El presente es de ellas. Y no hay leyenda que alcance.