Cuando Argentina calmó el hambre de España

Antes de empezar: esta nota no va de política ni de políticos. No es de derechas ni de izquierdas. Es solo una historia verdadera.

Va de algo más simple y profundo: la solidaridad entre pueblos. Entre 1946 y 1949, en uno de los momentos más oscuros de la posguerra española, Argentina envió cientos de miles de toneladas de alimentos. Fue un gesto de humanidad que cruzó el océano sin buscar aplausos, solo queriendo aliviar el hambre de una nación hermana. Esta es una historia de barcos, trigo, recuerdos y manos tendidas que merece ser recordada.

Hubo un tiempo en que España tenía hambre.

Hambre de posguerra, de cuerpos flacos y ollas vacías, de niños con los ojos grandes y los estómagos vacíos. En aquel paisaje de ruinas y racionamientos, el pan se volvió un lujo y la leche, un recuerdo.

Entonces, desde el otro lado del mar, llegó algo más que ayuda.

Llegó un abrazo de trigo. La Argentina, tierra de inmigrantes, respondió sin titubeos. Entre 1946 y 1949, envió a España más de 500.000 toneladas de cereales y alimentos: trigo, maíz, leche en polvo, carne, medicinas. Un gesto sin condiciones. Solo la urgencia humana.

Juan Domingo Perón, recién asumido presidente, impulsó el plan. Eva Duarte, todavía no era “Evita”, fue el rostro visible de la solidaridad. Pero no fueron ellos los verdaderos protagonistas. Fueron los miles de trabajadores que cargaron los barcos, los productores que entregaron parte de su cosecha sin preguntar a quién, las familias que recordaban a los abuelos gallegos, vascos, andaluces, y querían devolver algo de todo lo que España alguna vez les dio.

Los buques llevaban nombres oficiales:

Pero en los muelles, muchos los llamaban simplemente “los barcos del pan”. El gobierno de Franco agradeció oficialmente. Pero el verdadero agradecimiento vino en cartas, en oraciones, en fotografías descoloridas de familias comiendo juntas otra vez.

Hoy, pocas veces se menciona este episodio.

No figura en muchos manuales. No se enseñan sus cifras ni sus barcos. Pero aún vive en la memoria de algunos abuelos españoles que, con la voz baja, recuerdan aquel pan que vino del sur. Aquel gesto que cruzó el océano sin buscar medallas. Solo humanidad.

Por eso recordar es importante.

Sobre todo, ahora, cuando muchos  argentinos —muchos nacidos en un país empobrecido— cruzan el océano en busca de trabajo, de refugio, de una vida digna. Y tocan las puertas de la vieja madre patria con humildad, con el mismo gesto que un día ella recibió.

Porque hay memorias que no se deben olvidar. No para reclamar, sino para comprender. Para tender la mano con la misma generosidad con la que un día se la recibió.