«Las imprescindibles»

No tienen veinte, ni falta que les hace.

Las mujeres de más de cincuenta han aprendido a caminar con la espalda recta, aunque el mundo insista en encorvarlas con sus “ya no” y sus “ya fue”. Ya no deseables, ya no fértiles, ya no necesarias.

Ya fue tu tiempo, dicen, como si la vida tuviera fecha de vencimiento en la piel y no en el alma.

Pero ellas saben.

Saben que el cuerpo cambia, se agita, se reseca, se calienta. Que la menopausia no es un castigo, sino un nuevo territorio. Un mapa sin brújula, pero con memoria. Y en ese territorio, caminan despacio, con la dignidad de las que han sobrevivido a todo: al machismo, a los silencios, a los espejos ingratos.

Y están ellas:

Las mujeres profesionales, ejecutivas o empleadas. Las que madrugan para sostener el mundo desde oficinas, escritorios, hospitales, aulas o fábricas. Las que lideran con voz firme o trabajan en silencio, pero siempre con fuego en las entrañas.

Las que criaron hijos y las que no. Las que formaron pareja —del tipo que eligieron y quisieron—, sin pedir permiso, con la libertad conquistada a fuerza de historia.

El mundo les vendió cremas, cirugías y promesas. Ellas devolvieron sonrisas cansadas, porque aprendieron que la belleza no se compra: se sostiene. Con mirada, con historia, con coraje.

A veces, cuentan monedas.

El dinero no alcanza, la pensión es poca, el trabajo escasea. Fueron madres, esposas, cuidadoras, pero pocas veces cotizantes. Cuidaron a todos, menos a sí mismas. Y ahora, el sistema les pregunta: “¿y tú qué hiciste?”. Y ellas responden con las manos: estas manos tejieron vidas.

Les dicen “señoras”, y a veces es un insulto.

Como si respetarlas fuera sinónimo de apartarlas. Como si la experiencia no contara, como si el tiempo vivido fuera una mancha, no una medalla.

Pero ellas no se rinden.

Vuelven a estudiar, a viajar, a enamorarse. Bailan. Pintan. Gritan. No son invisibles, aunque el mundo mire para otro lado. Son más libres que nunca, porque ya no quieren gustar: quieren ser.

Y lo son, con toda la fuerza de quien ha perdido y ganado, de quien ha parido hijos o sueños, de quien ha llorado en silencio y ha reído con la boca entera.

Las mujeres de más de cincuenta no son el otoño.

Son un segundo verano. Uno más sabio, más sereno, más feroz. Y si alguien no puede verlas, es porque todavía no ha aprendido a mirar.