El humor en los tiempos de las redes sociales

El humor, según la Real Academia Española (RAE), es la «disposición del ánimo que hace ver el lado cómico o risueño de las cosas». Ha sido objeto de reflexión de grandes pensadores a lo largo de la historia. Henri Bergson lo definió como «una manera de liberar tensiones sociales», Sigmund Freud lo veía como «una vía de escape del inconsciente» y Mark Twain afirmaba que «el humor es la gran cosa, el salvador de todo».

¿Dónde se fue el humor?

El humor es una cosa seria. Sí, aunque suene contradictorio. En los últimos 30 años, el humor ha cambiado más que el peinado de un futbolista famoso. Antes nos reíamos con Chiquito de la Calzada en España y Alberto Olmedo en Argentina, tipos que tenían más gracia que un político en campaña. Pero, ¿qué pasó? ¿Era necesario cambiar tanto? ¿Nos volvimos todos críticos de la risa?

Hoy, el humor es un campo minado.

Lo que antes nos hacía reír, ahora nos hace sudar frío. Que si esto es ofensivo, que si aquello es políticamente incorrecto, que si el chiste ya no se cuenta porque tienen Twitter y te cancelan. Antes, uno contaba un chiste en un bar y si no se reían, pedía otra cerveza y probaba con otro. Ahora, si no se ríen, te cierran la cuenta y te llaman al orden en redes sociales.

El humor clásico tenía su picante, como una buena empanada salteña.

Era directo, sin vueltas. Hoy, en cambio, el humor tiene más filtros que una influencer en Instagram. Se ha vuelto sofisticado, inclusivo, reflexivo… Y ojo, no está mal. Pero, ¿no será mucho? Si seguimos así, vamos a necesitar un manual de instrucciones para contar un chiste sin que alguien se ofenda.

Las redes sociales cambiaron el juego.

Antes, si querías ser humorista, te subías a un escenario y esperabas que la gente no te tirara un zapato. Ahora, con Instagram, TikTok y Twitter, cualquiera puede hacer un chiste y llegar a millones… aunque también puede terminar linchado digitalmente. La inmediatez ha hecho que los chistes duren menos que un sueldo. Hoy algo es gracioso y mañana es un escándalo.

Y aquí es donde entra la gran paradoja:

Mientras el humor clásico es diseccionado y censurado por ser supuestamente ofensivo, el humor negro, violento, cargado de palabrotas y burlas de género, se multiplica en las redes sin demasiada crítica. Insultos disfrazados de bromas, burlas feroces y chistes que rozan la crueldad reciben millones de «me gusta». ¿Acaso nos volvimos selectivamente sensibles? ¿Es más aceptable un chiste brutal y despiadado en un meme que un chascarrillo ingenuo en la televisión de antaño?

Y mientras tanto, el mundo sigue lleno de cosas realmente desagradables:

Corrupción, guerras, políticos que prometen y después se hacen los desentendidos. En medio de todo eso, necesitamos reírnos más que nunca. Como decía Rodney Dangerfield, citado por Alejandro Borensztein: “Le dije al dentista que mis dientes se estaban poniendo amarillos y él me contestó que use corbata marrón”. Genialidad pura. Porque la vida es así: te da problemas y la única opción es reírte o llorar.

Así que, damas y caballeros, no perdamos el humor.

Que nos queda poco, y lo poco que nos queda, hay que aprovecharlo bien. Si no nos podemos reír de nosotros mismos, estamos en problemas. Porque, al final del día, el humor no es solo una forma de entretenimiento, es una forma de supervivencia.

Reírnos es lo que nos salva del caos, de la rutina, de las malas noticias y de los lunes. Así que dejemos de analizarlo tanto y hagamos lo que realmente importa: soltar una buena carcajada.

¡Salud y risas, que la vida sin humor es un mal chiste!