“El cuerpo grita lo que la boca calla”
El hombre entra al café con el rostro apretado.
Como si masticara sus propias palabras antes de tragarlas. Se sienta en una mesa junto a la ventana y pide un café, pero sus manos dicen otra cosa: los dedos tamborilean en la madera, los nudillos estallan en silenciosos crujidos. Su boca pide un café, pero su cuerpo suplica algo más.
La mujer al otro lado de la calle camina erguida.
Como si llevara sobre los hombros una carga invisible. Dice que todo está bien, que no hay problema, que la vida sigue. Pero su espalda, en su sutil inclinación, confiesa la historia de las noches en vela y los nudos en la garganta.
El niño en el parque juega con una pelota.
Su risa está llena de sol, pero sus ojos buscan, inquietos, un rostro que no aparece. Sus pies corren hacia el columpio, pero su corazón se queda quieto, esperando.
Y así va el mundo, parloteando sin hablar.
Porque el 60 % de la comunicación no sale por la boca:
Se filtra en los gestos, en el temblor de un labio, en el pestañeo apresurado de quien oculta lágrimas. El 30 % se escurre en el tono, en la voz que tiembla al decir «te quiero» cuando en realidad dice «no te vayas». Y así, queda solo un 10 % para las palabras desnudas, las que pueden ser dichas sin miedo.
Nos creemos dueños de nuestro silencio, pero el cuerpo es un delator inclemente.
Cuando los labios callan, los pies vacilan. Cuando la lengua niega, los ojos afirman. Cuando la voz dice «estoy bien», el cuerpo sufre un espasmo de contradicción.
Ten cuidado con tus silencios.
No creas que el mutismo es un refugio seguro. El cuerpo habla, aun cuando no quieres. Y a veces, solo a veces, grita lo que la boca no se atreve a decir.