«Los siete pecados capitales de Horacio»
Cuento corto
En el bar de los derrotados elegantes, donde el humo escribe memorias en el aire, Horacio bebía su orgullo convertido en güisqui barato. Detrás del mostrador, el espejo partido multiplicaba su rostro en pedazos de hombre.
A los veinte: La soberbia fue su primer alumno. Escupió al trabajo honrado mientras coleccionaba diplomas imaginarios. Los callos, decía, eran ofensas al mármol de sus manos de genio inédito.
A los treinta: La envidia le creció como hueso roto en la garganta. Cuando el amigo de la infancia tocó el bandoneón de su éxito, Horacio masticó aplausos envenenados. Le dedicó un brindis solitario: «Por los que triunfan por error del destino».
La gula fue su cómplice nocturna. Atiborró su cueva de máquinas que hablaban solas, libros con páginas vírgenes, mujeres que dejaban en la almohada nombres falsos escritos con lápiz labial.
La ira llegó vestida de tango. Clara, la de los jazmines rebeldes que crecían en macetas rotas, recogió sus raíces una madrugada. Él rompió tres sillas para armar una pira donde quemó todas las palabras no dichas.
La pereza fue su amante más fiel. Dormía abrazado a excusas mientras el polvo escribía su novela fantasma en la Underwood silenciosa.
La avaricia le susurró secretos de contabilidad creativa. En la oficina gris, los números bailaron el cha-cha-chá de los decimales viajeros. El botín reposaba en una caja fuerte que tosía billetes falsos cada medianoche.
La lujuria fue su último mapa. Recorrió cuerpos como ciudades en guerra, hasta que un espejo de hotel barato le devolvió la postal de un desconocido: maletín de cuero podrido, ojos de alcancía vacía.
Al regresar al bar de los espejos astillados:
El dueño (cuya cara tenía textura de almanaque viejo) le sirvió un dibujo en servilleta sangrada: círculo perfecto sin agujas. «El tiempo no se pierde -roncó mientras limpiaba una copa- Se acumula».
Horacio caminó hacia el amanecer llevando en la mano izquierda el maletín de sus mentiras contables, y en la derecha, el aroma fantasmal de los jazmines.
Dejó ambos en la puerta de Clara.
Postdata
Los pecados capitales son espejos que devuelven, no monstruos, sino el retrato del miedo a ser. El reloj sin agujas sigue marcando la hora exacta en que decidimos dejar de ser cómplices de nuestro propio olvido.