El oficio de padre

A mi hija Laura

Ser padre no es solo una fecha en el calendario ni una palabra en la boca de un niño.

Es una herida que sana con besos, una risa que se instala en los rincones más olvidados del alma. Es ser refugio cuando afuera llueve demasiado, ser faro cuando la tormenta amenaza con borrar los caminos.

Ser padre es caminar de la mano, primero sosteniéndolos con fuerza y luego aprendiendo a soltarlos.

Es aprender a responder preguntas imposibles, a narrar historias que nunca se escribieron, a ser el héroe en batallas que solo existen en su imaginación. Pero también es ser vulnerable, mostrar que el miedo existe, que las dudas son parte del viaje, que el amor no es infalible, pero sí inagotable.

Uno cree que enseña, pero es la niña quien educa.

Con su mirada limpia y su risa sin dobleces, con su capacidad de asombro y su manera de amar sin condiciones. Entonces, ser padre es aprender a desaprender, a ver el mundo otra vez con ojos nuevos, a redescubrir la magia en lo simple.

No hay brújulas en la paternidad, solo el instinto y el amor.

Se avanza con miedo, con torpeza, con la esperanza de no fallar demasiado. Se aprende a ser puerto y viento, raíz y ala, roca y marea. Porque, al final, la única certeza es que la paternidad no es un destino, sino un camino.

Hoy, en este Día del Padre, miro hacia atrás con gratitud y hacia adelante con esperanza.

El privilegio de ser padre es un regalo que nunca dejaré de valorar. Me siento honrado de ser su apoyo incondicional en cada paso que da. Y aunque el tiempo avance y los caminos se separen, mi amor por ella seguirá siendo un faro que ilumine su camino, siempre y para siempre.

Finalmente, un padre no es el que da la vida, eso sería demasiado fácil.

Un padre es el que da el amor en forma de consuelo, alegrías, abrigo y compañía siempre. Es estar en los momentos difíciles y en los otros. Es simplemente estar o estar siempre dispuesto a cuidar y preocuparse por sus hijos.

“El verdadero amor es preocupación por el otro”