El pálido punto de vida
“Mira ese punto. Ese pequeño mundo azul suspendido en un rayo de luz solar. Ese es nuestro hogar. Ahí, en ese minúsculo rincón del universo, han ocurrido todas las historias que conocemos, han vivido todos los seres que han existido, se han librado todas las batallas, se han creado todos los sueños”, dijo Carl Sagan.
Durante siglos, nos creímos el centro del cosmos, la única chispa de vida en un mar de oscuridad. Pero ahora sabemos algo distinto: el universo es vasto, antiguo y fértil.
La pregunta nos ha acompañado desde los albores de la humanidad: ¿estamos solos?
Los antiguos miraban al cielo y veían dioses. Luego vimos estrellas, y con el tiempo, comprendimos que cada estrella es un sol, y que muchos de esos soles tienen planetas. Hoy, gracias a la ciencia, sabemos que los planetas no son rarezas, sino la norma. Desde 1995, hemos detectado más de 5,000 exoplanetas, y apenas hemos empezado a mirar.
El silencio del cosmos
Pero si el universo está repleto de planetas, ¿por qué no hemos encontrado vida?
El físico Enrico Fermi, un día en el almuerzo, hizo una pregunta simple pero devastadora: «¿Dónde están?» Si la galaxia ha existido por miles de millones de años y la vida es común, entonces debería haber civilizaciones por todas partes. Pero cuando miramos al cielo, lo que encontramos es un silencio profundo.
Este misterio, conocido como la Paradoja de Fermi, ha llevado a muchas hipótesis. Tal vez la vida es común, pero la inteligencia es rara. O tal vez las civilizaciones se destruyen antes de poder comunicarse. Quizá están ahí afuera, pero aún no sabemos cómo escuchar. O peor aún, quizás somos los primeros.
Pero hay quienes creen que solo estamos en el inicio de un descubrimiento extraordinario.
La ecuación de la esperanza
En 1961, el astrónomo Frank Drake ideó una ecuación para calcular el número de civilizaciones en la galaxia con las que podríamos comunicarnos. Su ecuación toma en cuenta factores como la cantidad de estrellas con planetas, cuántos de estos están en la zona habitable, cuántos pueden desarrollar vida, inteligencia y tecnología.
Si tomamos los datos más conservadores, el número de civilizaciones podría ser bajo. Pero si asumimos que la vida surge con facilidad cuando las condiciones son adecuadas, podríamos estar rodeados de miles de mundos habitados.
Michel Mayor y Didier Queloz, quienes ganaron el Premio Nobel de Física en 2019 por descubrir el primer exoplaneta orbitando una estrella similar al Sol, han dicho que es «inconcebible» que estemos solos. La química que permitió la vida en la Tierra no es única. El carbono, el agua y los aminoácidos existen en todo el cosmos. En meteoritos, en nubes interestelares, en lunas congeladas como Europa y Encélado.
Los mundos de agua y los nuevos ojos del cosmos
Si la vida requiere agua, nuestro sistema solar ya ofrece pistas intrigantes. Las lunas de Júpiter y Saturno esconden océanos bajo su superficie. Europa, con su corteza de hielo y su océano salado en contacto con el núcleo rocoso, podría tener las condiciones ideales para la vida microbiana. Encélado lanza géiseres de agua al espacio, ricos en compuestos orgánicos. ¿Y si en las profundidades de estos océanos existen criaturas que nunca han visto la luz de una estrella?
Para buscar respuestas, hemos lanzado los instrumentos más avanzados de la historia. El Telescopio Espacial James Webb está observando atmósferas de exoplanetas, buscando huellas químicas de vida. Si encontramos oxígeno, metano o dióxido de carbono en las proporciones correctas, podría ser la primera señal de una biosfera extraterrestre.
El astrobiólogo John Mather, ganador del Premio Nobel en 2006, ha dicho que es solo cuestión de tiempo antes de que encontremos signos de vida. Si no en exoplanetas, tal vez en nuestro propio vecindario cósmico.
La gran pregunta: ¿seremos la primera chispa?
Tal vez el universo está lleno de civilizaciones, pero están demasiado lejos. O demasiado silenciosas. O tal vez aún no han nacido. Adam Riess y Saul Perlmutter, Nobel de Física en 2011, han demostrado que el universo se está expandiendo aceleradamente. Si esto es cierto, significa que en el futuro existirán muchas más estrellas y planetas de los que hay hoy. Tal vez la inteligencia cósmica no está en nuestro pasado, sino en nuestro futuro.
Pero si no hay nadie más, si somos la primera vida consciente en este vasto océano, entonces el significado de nuestra existencia se vuelve aún más profundo. Somos la primera chispa de pensamiento en un universo que ha esperado 13,800 millones de años para preguntarse sobre sí mismo. Somos los portadores del fuego.
Por eso exploramos.
Por eso seguimos enviando señales, construyendo telescopios, soñando con naves que crucen las estrellas. Porque la pregunta más grande de todas aún espera una respuesta.
Y quizás, en algún rincón lejano, en un planeta bañado por una estrella distante, alguien también está mirando al cielo, preguntándose lo mismo.
El hombre solo admite la vida como la conoce en el planeta Tierra. ¿Y si la vida tuviera diferentes formas que escapan a la razón humana?