Vivir con el alma despierta

La dicha de la vida no es un secreto escondido, ni un acertijo imposible.

Consiste en tres cosas sencillas: tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar. Y si acaso la vida se torna brumosa, basta con recordar que mientras haya un latido, siempre habrá un camino.

No importa cuántos años tengas, lo que importa es cómo los habitas.

Porque hay quienes a los 30 ya están rendidos y quienes a los 70 todavía bailan bajo la lluvia. No son los calendarios los que nos pesan, sino las ganas con las que despertamos cada día.

La vitalidad no se compra, no se mendiga.

Se construye. Se nutre de proyectos, de sueños nuevos, de pequeños desafíos que nos sacuden la rutina. Se levanta uno cada mañana, abre los ojos y agradece. Porque vivir ya es un regalo, un milagro cotidiano que a menudo olvidamos apreciar. Cada día es una oportunidad, un cuaderno en blanco esperando nuestras palabras.

Cuida tu cuerpo como cuidas a un buen amigo.

Dale lo que necesita: comida sana, pero sin remordimientos cuando el antojo pida su turno. Date tus gustos sin culpa, porque el placer también es parte de la vida. Muévete, baila si te da la gana, corre si tus piernas te lo permiten, nada si el agua te llama. Lo importante es que no te detengas, que tu cuerpo recuerde que sigue vivo.

Pero no basta con los alimentos.

El alma también tiene hambre. Y su alimento es la risa, la conversación sincera, la compañía de aquellos con quienes podemos compartir sin necesidad de disfrazarnos. Rodéate de amigos, de conocidos, de gente que sume, que ilumine, que no apague tu entusiasmo. La soledad es buena cuando se elige, pero cuando se impone, pesa como piedra.

Y si la vida te pregunta qué más quieres, respóndele sin miedo.

Un nuevo trabajo, un nuevo hobby, un nuevo amor, un nuevo proyecto… ¡todo es posible mientras respires! La rutina es una trampa silenciosa, un letargo que nos va apagando poco a poco. Pero si le hacemos frente con deseos frescos, con curiosidad intacta, siempre encontraremos algo que nos devuelva la chispa.

Prémiate por lo que logres, aunque sea pequeño.

Prémiate porque sí, porque sigues aquí. No esperes grandes razones para celebrar. A veces, la mayor victoria es simplemente haber llegado hasta este día, haber sorteado las tempestades sin perder el alma. Regálate momentos, instantes de felicidad sin culpa, sin prisas, sin miedo.

Y de la muerte… olvídate.

No la invoques antes de tiempo, no le des un lugar en tu mesa. Mientras haya vida, la muerte es solo un rumor lejano, una sombra sin cuerpo. Ya tendrá su momento, su entrada inevitable. Pero hoy no. Hoy es tiempo de vivir, de exprimir el presente hasta la última gota.

Porque la vida, con sus luces y sus sombras, merece ser vivida sin reservas, con los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto a latir sin miedo.