Ganar y perder

Dos caras de una misma moneda que nunca deja de rodar. En la vida, en el trabajo, en el deporte, en todo, la moneda está en el aire, esperando caer, mientras los protagonistas se debaten entre el ansia de la gloria y el miedo al fracaso. Porque ganar es embriagador, pero perder es una lección que pocos saben interpretar.

Nos enseñaron que la victoria es lo único que cuenta.

Que el segundo lugar es el primer perdedor, que el mundo pertenece a los que levantan trofeos. Pero en los potreros, donde el fútbol es libre y sin dueño, los chicos aprenden otra verdad: que el juego es más grande que el resultado, que la pelota no entiende de títulos ni contratos millonarios. Se corre detrás de un sueño, no de una estadística.

El fútbol, que es un espejo de la vida, nos muestra a diario que se puede perder ganando y ganar perdiendo.

Hay equipos que juegan al límite del reglamento, que especulan, que calculan y consiguen títulos sin alma. Y hay otros que lo dejan todo, que enamoran, que construyen algo más grande que el marcador, aunque la copa termine en otras manos. Al final, la verdadera victoria es trascender, dejar huella en la memoria del juego.

El amor, esa cancha sin líneas de cal, también tiene su propia lógica.

Se gana cuando se apuesta con el corazón, cuando se juega sin miedo a perder. Se pierde cuando se traiciona la esencia, cuando se piensa más en la victoria que en el viaje. Pero perder en el amor no es caer derrotado, sino aprender a jugar mejor la próxima vez.

Hay padres que proyectan sus sueños en los hijos.

Que imaginan goles en finales, contratos millonarios, la gloria que ellos no pudieron alcanzar. Los empujan, los presionan, les convierten la infancia en un desafío permanente. Pero el fútbol, como la vida, no es solo un negocio de resultados. No todos serán Messi o Cristiano. No todos llegarán a la élite. Y no todos deben hacerlo. Porque lo esencial no es el destino, sino la felicidad de recorrer el camino.

Ganar y perder. Dos versiones de una misma historia.

Dos estados de ánimo. Dos estaciones de un trayecto que nunca se detiene. Nos han hecho creer que el triunfo es todo, pero con el tiempo entendemos que el verdadero éxito es levantarse después de cada caída, que las derrotas bien digeridas son escalones hacia algo más grande. Y la moneda sigue girando. Y seguimos jugando. Porque, en el fondo, lo importante no es ganar o perder, sino pertenecer al juego, ser parte de la historia, escribir nuestro propio relato.

Para un puesto de trabajo, para un médico, un abogado, un jugador de fútbol, tenis o golf, hay miles, cientos tratando de encontrar un lugar en el estrellato. ¡De ser los mejores!

Pero la dura realidad es que a ese nivel solo llegan unos pocos, los iluminados, los fuera de serie.

Recuerdo las palabras de mi maestro y amigo Julio Garbini “Toto, en un país donde todos son médicos, alguien tiene que limpiar el piso”

Aunque al final, lo que define la grandeza no es solo el talento, sino la capacidad de intentarlo, una y otra vez, sin miedo a perder.