El amor después de los 60 ya no tiene prisa
No corre detrás del tiempo porque ha aprendido que el tiempo también lo busca a él. Ya no es vértigo, ni urgencia, ni hambre desesperada. Ha dejado de ser un incendio y se ha vuelto brasas que arden sin apuro, sin estridencias, pero con la certeza de lo eterno.
A los veinte, el amor es fiebre.
A los treinta, es conquista. A los cuarenta, una trinchera. Pero después de los 60, el amor es un hallazgo, un reconocimiento. Es el abrazo con el que uno se reencuentra después de haber caminado mucho, después de haber perdido tanto.
Ya no necesita demostrar nada.
No le importan los finales felices ni las promesas infinitas. No busca un testigo, no busca un refugio. No es posesión ni contrato, ni pacto de miedo a la soledad. Es un amor que no exige, que no suplica, que no pretende cambiar a nadie. Se da sin condiciones, porque ha entendido que el amor es precisamente eso: dar sin esperar, recibir sin pedir.
El cuerpo, lejos de apagarse, se redescubre.
La pasión ya no es relámpago, sino fuego lento. El deseo se vuelve profundo, pausado, libre de la ansiedad de la juventud. Se ama con la piel, con las manos, con la risa, con la memoria. Se ama sin urgencias, sin sombras, sin el peso de las expectativas ajenas. Uno aprende a acariciar con las palabras, con los gestos, con las miradas, y también con el humor y las risas de alegría. Porque hay caricias que no pasan por las manos, sino por el alma.
La sociedad, con su manía de encerrar la vida en fechas de caducidad.
Dirá que el amor es un privilegio de los jóvenes, que el deseo tiene vencimiento, que la piel envejece y olvida. Mentiras. Despues de los 60, el amor es más libre, más sincero. Porque ya no es miedo a la pérdida, sino gratitud por la presencia. Ya no es ansiedad por el mañana, sino disfrute del ahora.
Es el placer de una conversación sin prisa.
De un café compartido en silencio, de unas manos que se entrelazan con la naturalidad de quien ha entendido que el amor no es necesidad, sino elección.
“Entonces el amor, es un secreto que pocos saben. Es la recompensa de los que no se rindieron, de los que aprendieron a mirar más allá de las arrugas, de los que saben que el amor no envejece: se transforma.”