Vínculos sin filtros: “entre sueños y realidades»
Empezaron mal, claro…
Confundieron el enamoramiento con el amor. Creyeron que las mariposas en el estómago durarían para siempre, que la pasión lo resolvería todo, que el otro era justo lo que necesitaban. Se bebieron las promesas sin leer la letra chica.
Después, sin querer, se llenaron de espejismos.
Se miraron con los ojos del deseo y vieron lo que querían ver, no lo que realmente eran. Se prometieron cosas que no sabían si podrían cumplir. Creyeron que compartían sueños, pero en realidad solo proyectaban los suyos en el otro. Y así avanzaron, sin sospechar que el verdadero amor no es cuestión de coincidencias, sino de construcciones.
El afuera los absorbió.
Primero, el departamento, pequeño, pero con futuro. Luego, la casa con jardín, para cuando llegaran los hijos. Un coche, después otro. Vacaciones planeadas al detalle, porque había que conocer el mundo antes de que la vida se volviera rutina. Mientras tanto, reuniones familiares, cenas con amigos, cumpleaños, obligaciones, el reloj siempre corriendo.
¿Y el diálogo de pareja?
Bueno, no iba. O iba poco, a ratos, cuando la prisa lo permitía. No había tiempo para preguntas profundas, ni para detenerse en silencios incómodos. Lo importante era avanzar.
Llegaron los hijos, primero uno, después la otra.
Y con ellos, la maternidad, la paternidad, la pediatra, el jardín de infantes, la escuela. Se convirtieron en padres antes de entenderse como pareja. Se repartieron los roles sin preguntarse si eran los que querían. Uno trabajaba más, el otro también, y los días se fueron llenando de tareas. El amor quedó postergado para “cuando haya tiempo”.
El secundario llegó sin avisar, y la universidad más rápido de lo esperado.
Un hijo decidió irse lejos, a probar suerte en Australia. La otra se quedó en el país, pero igual se fue. Para entonces, la casa ya era otra: más grande, con una hipoteca más pesada, pero vacía.
Una noche cualquiera, se sentaron a cenar y notaron que no había mucho que decirse.
Se miraron y se preguntaron, sin decirlo, cuándo se convirtieron en extraños.
Cuando fue que dejaron de hablar de lo importante. Descubrieron que, después de tantos años, no sabían qué hacer el uno con el otro.
No porque se odiarán, sino porque se desconocían. Porque entre tanto afuera, nunca construyeron lo de adentro. Porque se pensaban eternos, pero nunca se pensaron juntos.
“Y ahí estaban, con toda la vida armada y con el amor hecho pedazos.”