Días de radio: «De la lámpara al algoritmo»
Hubo un tiempo en que la radio era el fuego alrededor del cual se reunían las familias. En las noches de los años cincuenta, la voz de un locutor se volvía el latido de un país entero. No se veían rostros, pero se sentían las almas.
La radio contaba historias.
Historias de amores imposibles, de héroes que nunca morían, de lágrimas que se escuchaban sin ser vistas. Radionovelas que encendían el corazón y radioteatros que poblaban de imágenes la imaginación de los que cerraban los ojos para escuchar mejor.
El mundo entraba por los parlantes. Las noticias llegaban con la urgencia de una voz grave. Los goles de un estadio lejano se gritaban en las casas como si el gol hubiera sido propio. La risa contagiaba a un país entero. La radio no tenía rostro, pero tenía alma.
Después llegó la televisión.
Llegaron los rostros, los colores, la imagen que devoró la palabra. La radio se resistió, se reinventó. El tiempo pasó, y en este 2025 la radio ya no es lo que fue. Ya no hay novelas que hagan llorar, ni familias reunidas en la penumbra de la noche escuchando una voz que parece hablarles solo a ellos. Ya nadie pega el oído a la radio como quien escucha el latido del mundo.
Ahora la radio viaja por cables invisibles.
Por señales que flotan en el aire y caen en los teléfonos como lluvia digital. Las voces se fragmentan en podcasts que se escuchan en soledad, en auriculares que aíslan más de lo que acompañan. La radio ya no es el fuego del hogar: es un eco en la multitud.
Se puede escuchar todo, a toda hora, en todo lugar.
Pero algo se ha perdido. Ya no es la magia de esperar el momento justo para encender el aparato y escuchar un capítulo más de la historia que nos desvela. Ya no es el rito de compartir el silencio entre palabras.
La radio sobrevive, sí.
Pero se ha vuelto ruido de fondo. Los locutores ya no narran sueños, narran la urgencia. La noticia efímera, la polémica del día, la música enlatada.
Sin embargo, a veces, en algún rincón, alguien enciende la radio y escucha una voz que parece hablarle solo a él. Y por un instante, solo por un instante, la radio vuelve a ser lo que era: un susurro que enciende la imaginación, un puente invisible entre almas.
Y entonces, la magia vuelve. Aunque sea por un momento.