¡WhatsApp y la jungla de los malentendidos!
La comunicación y el lenguaje han sufrido transformaciones dignas de un estudio antropológico.
Antes uno escribía cartas, que tardaban semanas en llegar y donde, si te equivocabas, había que empezar de nuevo, porque el papel tachado quedaba feo. Luego vinieron los mails, los mensajes de texto, y finalmente WhatsApp, que logró lo impensado: que la gente se pelee sin necesidad de verse la cara.
Las discusiones en WhatsApp tienen características propias.
Para empezar, el «doble tilde azul» es la peor invención después del pan lactal sin corteza. Si leés y no respondés, sos un insensible. Si respondés demasiado rápido, parecés desesperado. Si tardás en contestar, estás ignorando al otro. Es una trampa. Lo mejor sería no leer nunca, pero entonces estás dejando en visto la vida misma.
El uso de las mayúsculas es otro punto clave.
En la época de la máquina de escribir, escribir en mayúsculas tenía un propósito claro: énfasis. En WhatsApp, las mayúsculas significan que alguien está al borde del colapso nervioso. Si tu tía escribe: «TE DEJÉ LA COMIDA EN LA HELADERA», uno siente que la comida tiene explosivos adentro. Lo mismo con los signos de exclamación. «Nos vemos después» es una frase normal. «¡Nos vemos después!» es un ultimátum.
Y los emojis, ay los emojis.
Supuestamente vinieron a facilitar la comunicación, pero a veces son peor que un telegrama mal redactado. Un pulgar arriba puede ser aprobación o sarcasmo. Un monito tapándose los ojos puede ser ternura o vergüenza ajena. Y el clásico «JAJAJA» varía según la cantidad de «JA» que lleve: «JA» es ironía pura, «JAJA» suena a compromiso, «JAJAJAJAJAJA» implica que alguien realmente se rió o que se golpeó la cabeza contra algo.
Y después están los memes.
En otra época la gente discutía con argumentos. Hoy te responden con la cara de un gato sorprendido o con una imagen de un payaso llorando. Un meme puede zanjar una pelea o profundizarla. Todo depende del contexto. En una discusión acalorada, recibir un sticker de un perro con anteojos oscuros es casi una declaración de guerra.
Pero nada se compara con el horror del audio de más de dos minutos.
El que lo manda está convencido de que su mensaje es fundamental. El que lo recibe sabe que lo va a escuchar con fastidio y a la velocidad x2. Nadie en la historia de WhatsApp ha dicho: «¡Qué maravilla, un audio de cinco minutos!». No existe. Es mito urbano.
Así estamos, tratando de entendernos.
En un mundo donde la comunicación se redujo a tildes, memes y audios kilométricos. Y si hay un malentendido, mejor resolverlo en persona. Porque cara a cara, al menos, uno tiene la oportunidad de meter un «JAJAJA» en vivo para aflojar la tensión.