Nuestros padres: “El eco de lo que no dijimos”
La memoria es una casa con habitaciones ocultas.
Hay cuartos luminosos donde guardamos los abrazos, las palabras tibias y la risa de nuestros padres en tardes de domingo. Pero también hay rincones sombríos, esos que contienen los silencios ásperos, las miradas que no entendimos, las ausencias que nos dolieron.
No elegimos la infancia que nos toca, pero sí elegimos qué hacer con ella.
Porque llega un momento en que el pasado ya no es excusa, y la vida nos coloca frente a un espejo: ¿seguimos culpando o comenzamos a comprender? Nuestros padres hicieron lo que pudieron, con sus propios miedos, con sus propias heridas. No eran dioses ni villanos, solo personas intentando criar a otras personas. Y muchas veces nos dieron amor como sabían, aunque nosotros hubiéramos preferido otro idioma, otra forma, otra voz.
Pero el tiempo es un maestro paciente.
Si nos atrevemos a mirarlo sin rencor, descubrimos algo simple y brutal: ellos también fueron niños alguna vez, también cargaron con sus propios padres, también tuvieron vacíos que nunca lograron llenar. Entonces entendemos que la reconciliación no es una rendición, sino un acto de valentía.
El rencor es una jaula con un único prisionero: nosotros
Creemos que sostenerlo nos hace fuertes, pero lo único que prolongamos es nuestra propia herida. Soltar no es olvidar, no es justificar, no es borrar el pasado. Es entender que la paz no depende de lo que hicieron con nosotros, sino de lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros.
Y cuando ya es tarde, cuando el tiempo ha cerrado sus puertas, nos asalta una pregunta:
¿Fuimos sensibles con aquellos que nos amaron? ¿O solo nos dedicamos a medir lo que nos faltó? Porque un día ellos ya no están. Y entonces nos damos cuenta de que todo aquello que guardamos para después —el perdón, la gratitud, la ternura— se quedó sin destinatario.
Tal vez sea hora de mirar hacia atrás con otros ojos.
No con los de la nostalgia, no con los del reproche, sino con los de la comprensión. Y si aún tenemos la oportunidad, si todavía están, si aún podemos, que no se nos escape el gesto, la palabra, el abrazo. Porque después, solo nos queda el eco de lo que no dijimos.