Los sueños

Los sueños nos visitan en la noche, cuando el cuerpo descansa, pero el alma sigue despierta. Nos toman de la mano y nos llevan a territorios donde todo es posible: el miedo se viste de lobo, el deseo arde como un sol en la piel, la angustia nos persigue por pasillos sin final.

Dicen que soñamos para recordar, para olvidar, para curarnos de las heridas que no sangran.

Los sueños recurrentes son cartas que nunca abrimos, mensajes insistentes de un cartero que llama y llama. Los sueños sexuales nos revelan los secretos que el pudor esconde en el cajón. Y las pesadillas… ¡ah, las pesadillas! Esos demonios que nos susurran los miedos que no nos atrevemos a decir en voz alta.

Algunos dicen que los sueños son ecos de nuestras vidas pasadas, retazos de memorias que se niegan a morir.

Otros creen que son premoniciones, ventanas que se abren al porvenir. Pero tal vez no sean ni lo uno ni lo otro, sino apenas reflejos de lo que somos cuando nadie nos ve. En la oscuridad de la noche, nos encontramos con nuestras verdades más ocultas, con nuestros deseos escondidos, con la historia que nunca nos atrevimos a escribir despiertos.

Cuando los sueños nos sacuden con angustia, nos despertamos con un nudo en la garganta, con el sabor del miedo pegado al paladar.

Y aunque tratemos de olvidarlos, ellos nos siguen como sombras, como ecos de una voz que insiste en ser escuchada. Son mapas de nuestras ansiedades, espejos de lo que tememos, códigos cifrados que, si logramos descifrar, podrían revelarnos secretos sobre nosotros mismos.

No todos los sueños son oscuros.

Hay sueños que nos envuelven con ternura, que nos regalan encuentros con quienes ya no están, que nos permiten viajar a lugares donde nunca hemos estado. En esos sueños, la nostalgia se disfraza de alegría y la ausencia se convierte en presencia. Cuando despertamos, los sueños se desvanecen como niebla al sol, dejando solo retazos, fragmentos de una historia que ya no podemos volver a contar. Pero en nuestro interior, algo queda. Porque los sueños no se van del todo: se esconden en la mirada, en la memoria, en los latidos.

Y en ese misterio que somos, seguimos soñando, aunque tengamos los ojos abiertos.