No será un adiós, sino un regreso
Dicen que venimos de lejos, de más lejos que la memoria, de más lejos que el tiempo. Que nuestro cuerpo, este cuerpo tan nuestro y tan ajeno, no es más que un puñado de estrellas deshechas, de galaxias que aprendieron a latir.
El hidrógeno que nos corre por la sangre nació cuando el universo apenas abría los ojos.
El carbono que nos dibuja la piel fue antes parte de un sol moribundo. El oxígeno que respiramos, el calcio que nos sostiene, el hierro que tiñe de rojo nuestra vida, todo ha viajado por mil rincones del cosmos antes de encontrarnos. Y un día, cuando partamos, no será un adiós, sino un regreso.
Nuestros átomos volverán a la tierra, al aire, a la lluvia.
Seremos un árbol que se sacude en el viento, un río que canta en la montaña, el polvo que brilla en un rayo de sol. No hay olvido en este universo, no hay ausencia definitiva. Solo hay cambio, solo hay tránsito. Y quizás, después de todo, la eternidad no sea más que esto: seguir en cada cosa, en cada otro, en cada instante que aún no ha nacido. Por eso cuida a las plantas, a la tierra, a todo el medio ambiente, así como a todo tipo de vida animal, porque en ellas también volverás tú. No será un adiós, sino un regreso.
Carl Sagan lo dijo, pero Dios ya lo sabía:
«Estamos hechos del material de las estrellas. El nitrógeno presente en nuestro ADN, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el carbono en las tartas de manzana… todo nació en el corazón de estrellas que ardieron, que murieron, que explotaron para que hoy estemos aquí. » Y quizás, si escuchamos con atención, podamos oír en nosotros el eco de aquel primer suspiro divino que encendió la luz en la oscuridad.
La soberbia nos ha hecho sordos.
Quizá porque creemos que la inteligencia es nuestra exclusiva. O quizá, simplemente, porque hay secretos que el universo no está dispuesto a compartir. Al final, lo importante no es de dónde venimos ni hacia dónde vamos, sino con quién caminamos y con cuales valores vamos andando, y como nuestro ADN es capaz de hacer algo mejor, no sólo por nuestras vidas.
Aunque el universo nos haya hecho de polvo de estrellas, es el amor el que nos mantiene encendidos.