Cuando a la gente buena le pasan cosas malas

Hay preguntas que se quedan flotando en el aire, como una hoja que se niega a tocar el suelo. Esta es una de ellas: ¿por qué a la gente buena le pasan cosas malas? No es una pregunta nueva, pero cada vez que la vida nos golpea sin previo aviso, vuelve a surgir como un eco testarudo.

Tal vez la vida no tiene departamento de queja.

Tal vez el destino no revisa antecedentes ni distingue entre quienes siembran ternura y quienes cultivan espinas. O quizá, la bondad no es un salvoconducto, sino un acto de fe. Uno da sin esperar, ayuda sin pedir recibo, ama sin garantías. Pero entonces llega la tormenta, y nos preguntamos si todo tiene sentido.

Sin embargo, hay que mirar más de cerca.

La gente buena sufre, sí, pero también resiste. Y en esa resistencia hay algo hermoso: la capacidad de seguir creyendo en la justicia, aunque el mundo sea injusto, de seguir amando, aunque el amor a veces duela. A la gente buena le pasan cosas malas, pero también cosas extraordinarias: un abrazo en el momento exacto, un encuentro que parece casual, pero es un milagro, un verso que ilumina la oscuridad.

Quizá la verdadera pregunta no es por qué suceden cosas malas, sino qué hacemos con ellas.

¿Nos amargamos o seguimos apostando por la esperanza? El poeta uruguayo, Mario Benedetti decía que «la perfección es una pulida colección de errores». Quizás la vida es eso, un conjunto de caídas y levantadas, de heridas que se vuelven cicatrices y cicatrices que cuentan historias.

La bondad no es un escudo contra el dolor, pero sí una forma de enfrentarlo.

Y si hay algo que la gente buena sabe hacer, es transformar el sufrimiento en ternura, la tristeza en resistencia, el dolor en palabras que otros puedan abrazar. Porque si algo nos salva en este mundo incierto, es la certeza de que, incluso en los días más oscuros, siempre habrá alguien dispuesto a encender una luz.

Y quizás esa sea la respuesta:

La bondad no evita la tristeza, pero la hace llevadera. No impide las tormentas, pero nos ayuda a encontrar refugios. Y aunque a la gente buena le pasen cosas malas, también nos deja algo invaluable: la capacidad de hacer del mundo un lugar menos cruel, más habitable, más humano. Y eso, al final del día, es lo que realmente importa.