Tolerancia: el arte de vivir
En estos tiempos, donde el reloj corre como loco y el mundo parece no detenerse, la tolerancia no es un lujo, es una urgencia. No basta con soportar al otro, como quien aguanta un mal día. La verdadera tolerancia es un arte, el arte de convivir, de reconocer en el rostro ajeno las cicatrices de historias que no conocemos, pero que nos unen.
La globalización nos ha convertido en un inmenso mercado, pero también en una gigantesca sopa. Cada cultura aporta su sabor, su aroma. Y, sin embargo, en lugar de disfrutar del banquete, a menudo discutimos por la receta. La tolerancia cultural no es un simple asentimiento, es una celebración. Es bailar al ritmo de músicas desconocidas y saborear palabras que no entendemos del todo, pero que nos alimentan.
Sin embargo, ahí están, como siempre, los muros. Muros de prejuicios, de odios heredados, de miedos que pesan como cadenas. Esos muros hay que derribarlos con la paciencia de quien limpia un jardín descuidado, con las manos llenas de tierra y la esperanza de ver brotar la siembra.
En un mundo que parece adorar más a las pantallas que a las personas, la tolerancia no puede separarse de los derechos humanos. Porque al final, bajo todas nuestras máscaras, somos lo mismo: sueños, heridas, risas y ganas de ser. No importa de qué color es tu piel, a quién amas, o qué dios —si alguno— te acompaña
Los movimientos por la igualdad han sacudido conciencias y despertados odios dormidos. Las redes sociales, ese espejo deformante, pueden ser un puente o un campo de batalla. Allí, donde todo se grita y poco se escucha, la tolerancia digital es urgente. Porque las palabras pueden ser semillas, pero también cuchillos. Y cada mensaje que lanzamos al viento puede construir un refugio.
La política, ese escenario donde se juega el futuro, se ha convertido en una cancha de fútbol. Gritos, insultos y un árbitro que nunca llega. Pero la política no es guerra, es diálogo. La tolerancia política es aceptar que no todos pensamos iguales y que, precisamente, en esas diferencias está la llave para construir al
La educación, como siempre, es la semilla. Enseñar a los niños que la diversidad no es amenaza, sino un tesoro, es el primer paso. Y para los adultos, aprender a desaprender lo aprendido. Nunca es tarde para abrir las ventanas y dejar que entre un poco de aire fresco.
La tolerancia es un jardín que pide cuidado constante. Si la descuidamos, crecen las malezas: el odio, la indiferencia, el miedo. Pero si la trabajamos con esmero, florece. Y sus frutos son dulces. Porque al final, no se trata de ser iguales. Se trata de ser