“Las arrugas únicamente indican dónde han estado las sonrisas” Mark Twain (1835-1910)
Reírnos de nosotros mismos es una habilidad poderosa y liberadora que nos permite ver nuestras imperfecciones y errores con ligereza y aceptación. En un mundo donde a menudo estamos bajo presión para ser perfectos o encajar en ciertas expectativas, aprender a reírnos de nuestras propias equivocaciones y rarezas nos ayuda a construir resiliencia emocional, fomentar una autoestima sana y conectar genuinamente con los demás. Esta práctica no solo reduce el peso de la autocrítica, sino que también nos enseña a vivir con mayor autenticidad y humor, recordándonos que no necesitamos ser infalibles para ser valiosos.
La ironía es como una vitamina con efecto inmediato
Levanta el ánimo, alegra a los demás y, lo mejor de todo, nos ayuda a tomarnos menos en serio. Porque, si lo pensamos, un poco de autocrítica es como un gimnasio para el ego: lo mantiene flexible y evita que se infle tanto como un colchón de playa mal cerrado. Sin embargo, no todos se apuntan a esta rutina. Hay quienes prefieren la contemplación constante frente al espejo, y no precisamente para sacarse un moco o quitarse una espinilla, sino para admirarse en modo «yo, mi, me, conmigo».
El narcisista promedio tiene un espejo como su mejor amigo.
Lo limpia, lo pule y lo mira con la devoción de quien vigila el último pedazo de pizza en la mesa. Casi puedes imaginarlo diciéndose cosas como: “¿Será posible que exista alguien más bello que yo? No, no lo creo”. Claro, la tentación del narcisismo está ahí, siempre presente, como ese dulce en la nevera que sabemos que no deberíamos comer. Y aunque todos caemos de vez en cuando (¿quién no se ha sentido un 10 al salir de la peluquería?), el secreto para no convertirnos en esclavos del reflejo es aprender a reírnos de nosotros mismos.
Sí, sí, reírnos.
Pruébalo la próxima vez que te mires al espejo. Arruga la cara, pon una mueca, despeina tu peinado perfecto y di en voz alta algo como: “¡Qué bien se me da esto de ser un desastre encantador!” El humor nos salva del ridículo de creernos perfectos porque, a fin de cuentas, solo existen dos tipos de personas perfectas: los muertos y los que aún no han nacido. Los demás somos un catálogo de errores, excentricidades y pequeños éxitos, todo empaquetado en un solo cuerpo.
¿Te equivocaste en algo? ¡Perfecto!
Ya tienes una buena anécdota para contar. ¿Te salió una foto espantosa? Guárdala; dentro de unos años será una joya cómica. La perfección aburre, pero el humor nos hace irresistibles. Un buen chiste a costa propia no solo nos acerca a los demás, también nos reconcilia con nosotros mismos. Así que, la próxima vez que el espejo te tiente a tomarte demasiado en serio, ríete un rato. Es bueno, es saludable y, quién sabe, hasta podrías descubrir que tu reflejo, con un poco de autocrítica y humor, es más interesante de lo que creías.