Presente

Con mis 38 años de terapia en la espalda te cuento una cosa: vivir más el presente y menos el futuro es como degustar un manjar elegido de una mesa larga de manjares. En este planeta donde el estrés y la ansiedad son como vecinos que no se van aprendí que gran parte de nuestras angustias vienen de mirar demasiado adelante en el camino.

O quedar atrapado en el pasado.

La ansiedad, la tensión, el miedo… Todo eso viene de hacer planes para un mañana que todavía no llegó. Nos llenamos la cabeza con problemas que ni siquiera han salido a la luz. Y así, nos perdemos saborear el aquí y ahora, que es lo único que tenemos de verdad y bien a la mano.

Con los años me di cuenta de que es vital parar, respirar y meterse de lleno en el presente. Cuando dejamos de lado las preocupaciones del futuro y nos enfocamos en lo que está pasando ahora mismo es donde encontramos la verdadera paz, amigo mío. En ese estado de atención plena, la vida se muestra tal como es, sin filtros ni pretensiones.

Claro está, no estoy diciendo que debamos olvidarnos del futuro o tirar todos los planes por la ventana. ¡Ni hablar! Pero hay que aprender a balancear las cosas ¿entendés?

La clave está en saber cuándo nuestros pensamientos están desbordados por el miedo al futuro y traerlos de vuelta al presente, como quien trae al perro que se escapó.

En fin, mi experiencia en el diván me enseñó que vivir más el presente y menos el futuro es como encontrar paz en medio del caos. La atención plena nos da la llave para liberarnos del círculo vicioso de preocupación constante y nos permite vivir con más claridad, calma y autenticidad.

Y te digo más, compadre, con tantos años de terapia te aseguro que vivir más en el presente es como el mate bien cebado en una ronda de amigos: reconfortante y lleno de sabor. En esta jungla urbana donde el estrés y la incertidumbre te rodean como las moscas alrededor del dulce de leche descubrí que gran parte de las tribulaciones provienen de mirar demasiado lejos en el horizonte.

Así que, amigo mío, te invito a saborear cada instante como si fuera el último trago de un buen Malbec: con gusto y sin apuro.