¿Qué nos pasa?
Vivimos en tiempos veloces, donde las palabras vuelan más rápido que el viento y las verdades se evaporan antes de tocar el suelo. Somos fabricantes de ruido, coleccionistas de ecos, pero hemos olvidado cómo escuchar. Escuchar de verdad. Esa antigua y noble tarea de abrir el corazón, no solo las orejas.
Hoy, cuando alguien habla, no lo escuchamos.
No lo sentimos. Solo aguardamos, impacientes, el momento de gritar nuestra propia verdad, aunque sea una verdad prestada, una que no hemos pensado ni cultivado. Nos hemos vuelto sordos al otro, sordos al mundo.
En este mundo que hierve de prisas, miramos titulares como quien espía por una rendija, y con eso nos creemos sabios.
Leemos menos que nunca, pero opinamos más que nunca. La imagen, la frase corta, el titular mordaz… Nos detenemos ahí, en la superficie, y construimos castillos de certezas en un suelo de arena. ¿Y qué sabemos realmente? Nada. Pero, aun así, gritamos.
Vivimos como máquinas. Todo rápido, todo fugaz.
Las palabras van perdiendo peso, como monedas desgastadas que pasan de mano en mano. Opinamos sin saber, respondemos sin pensar, escuchamos sin escuchar. Nos hemos olvidado del arte de la pausa, de mirar hacia adentro, de sentir al otro como un reflejo de nosotros mismos.
Me pregunto, entonces:
¿Qué nos pasa? ¿Qué nos pasó, que el ruido le ganó al silencio? ¿Que las pantallas nos roban las miradas? ¿Que el tiempo nos pisa los talones y la prisa nos deja sin aliento? Tal vez lo que nos pasa es que vivimos huyendo. Huyendo del otro, huyendo de nosotros mismos. Porque escuchar, pensar y reflexionar nos obliga a enfrentarnos con lo que no queremos ver.
Pero aún hay tiempo.
Tiempo para sentarnos a escuchar el susurro de la vida, para mirar el cielo como quien lee un poema, para escuchar al otro no como enemigo, sino como hermano. La humanidad está hecha de historias, y que cada historia tiene derecho a ser contada, pero, sobre todo, tiene derecho a ser escuchada.
Entonces, ¿qué nos pasa?
Tal vez solo hemos olvidado que, para ser humanos, hay que detenerse, escuchar y sentir. Quizá, si lo recordamos, el mundo empiece a sanar sus heridas, y un futuro común sea posible.