Los recuerdos son como el fuego
Arden dentro de mí, con llamas que no siempre sé apagar ni encender. Algunos son brasas cálidas que me consuelan en las noches frías, susurrándome que fui feliz, que amé, que alguna vez estuve entero. Otros, en cambio, son incendios furiosos que me devoran por dentro, llenándome de humo los pulmones, oscureciendo mi horizonte.
Cada recuerdo tiene su peso, pero también su vuelo
Son aves que vienen y van, a veces cantando dulcemente, otras graznando como cuervos. Y no los llamo; llegan cuando quieren, se sientan en mi hombro, me soplan al oído. Traen olores, colores, nombres, caricias que ya no están. ¿Y qué hago yo con ellos? Los abrazos, los esquivo, los transformo en palabras. Porque, aunque duelan, aunque ardan, los recuerdos también me sostienen. Me recuerdan quién fui, me muestran quién soy.
A veces pienso que los recuerdos son energía pura
Un río que corre por dentro. Si me detengo, si los contemplo, puedo sentir cómo me arrastran o me impulsan. Los que duelen son piedras en mi pecho, pero los que sanan son alas que me levantan.
Y así, voy cargando mi mochila de recuerdos
No siempre elijo lo que entra, pero sí elijo cómo caminar con ellos. Porque los recuerdos, al final, no solo nos habitan; nos construyen. Son una trampa, sí, pero también una puerta. Una puerta que siempre puedo abrir para mirar atrás, pero nunca para quedarme allí. Porque mi viaje sigue, y llevo conmigo la fuerza de todo lo vivido.