El azúcar y la salud

Hoy es el Día Mundial de la Diabetes. Día de las palabras grandes y los abrazos lentos, de los discursos que, a veces, se pierden entre la burocracia y el olvido. Pero el cuerpo recuerda, siempre. Y con él, esa dulce amargura que nos promete consuelo, pero nos cuesta vida.

La mano que lleva el azúcar a la boca lo hace como quien acaricia un recuerdo. El azúcar, ese cristal de blancura pura, dulce traición que despierta sonrisas pero encierra una historia larga y algo amarga. Nos lo dan desde niños, como si la dulzura fuera una promesa de futuro. Nos lo venden en cajas y envases de colores brillantes, como una magia que todo lo calma, que hace menos pesados los días.

Pero cada cucharada es un pacto que el cuerpo paga en cuotas. Primero, la energía que parece infinita. Luego, el cansancio que no se explica. Y, más tarde, la cuenta más alta: la vida que se escapa en el correr de los años.

Hoy, en el Día Mundial de la Diabetes, alguien susurra en una esquina: «Menos azúcar es más vida». Suena simple, pero ese susurro guarda una rebelión silenciosa. Menos azúcar es despertar del sueño dulce y volver a los sabores de la tierra, al fruto maduro que endulza sin mentir. Menos azúcar es el paso lento de quien cuida su cuerpo como si fuera el único hogar que tiene, que lo es.

Que este día no se pierda en las hojas de papel ni en los discursos de los que olvidan al terminar de hablar. Que el «menos azúcar» no sea un susurro que se pierde, sino un eco que crece, una voz que nos diga que cada gramo que no tomamos hoy es un segundo que ganamos mañana.

Porque en esa ecuación sencilla —menos azúcar, más vida— está la clave de una historia distinta. Una historia sin tanta dulzura artificial y con más vida, verdadera y plena, para contar.