«Corrupción, el arte de compartir… entre amigos»
La corrupción es una sombra que se desliza sigilosa en los pasillos del poder.
El hombre que un día caminaba entre nosotros, con los bolsillos vacíos y el corazón lleno de sueños, cambia cuando llega a la cima. El poder le ofrece una sed que no se sacia con agua, sino con privilegios, dinero y control.
Desde esa altura, el pueblo se ve pequeño, distante, desdibujado. Y así, el hombre deja de sentirse parte de los suyos. La sombra lo envuelve y le susurra: «Todo esto es tuyo. No hay ley más allá de ti». Pero la corrupción no vive solo en el individuo; se nutre del sistema que la permite, de las instituciones que la protegen, del silencio cómplice de quienes no luchan.
Es un monstruo de mil cabezas, cada una hecha de pequeños favores, guiños y concesiones.
Mientras tanto, abajo, el pueblo espera. Mira hacia arriba, con esperanza y rabia, esperando un cambio que nunca llega. Cuando uno cae, otro toma su lugar, y el ciclo comienza de nuevo. La corrupción no es solo la historia de quienes mandan, sino de todos nosotros, los que permitimos que la sombra siga creciendo.
Olvidamos que el poder no es eterno y que la justicia debería caminar entre todos, no solo entre unos pocos.
El ladrón que roba con corbata y traje raramente pisa una cárcel. Ese ladrón, disfrazado de empresario o político, tiene las llaves del tesoro y, con ellas, puede comprar impunidad. En cambio, el pobre, el que intenta sobrevivir en un mundo que lo excluye, el que roba por hambre o necesidad, es rápidamente perseguido, humillado y castigado. El Estado se convierte, entonces, en el protector de los que más tienen y en el verdugo de los que menos poseen.
Es una historia donde el estado, en lugar de proteger al pueblo, lo somete, lo vigila, lo oprime.