La injusticia es madre fecunda, jamás estéril
Siempre da a luz hijos que la perpetúan, hijos dignos de ella, porque también, en las sombras que proyectan, nacen los que resisten. Los que caen y se levantan, los que llevan la marca del dolor, pero no se dejan doblegar, porque saben que vivir es caer y volver a levantarse, tantas veces como sea necesario.
Recuerda que, la vida no se mide en años, sino en la intensidad con que se habita cada instante.
No hay fórmulas, ni medidas exactas para vivir. La única regla es vivir de verdad, con la pasión de quien sabe que cada día es único e irrepetible.
Cuando la vida pone pruebas en el camino, no son castigos, sino retos.
Es su manera de recordarnos que la lucha es el latido del corazón humano. El fuerte no es el que nunca cae, sino el que, al caer, se levanta con más ganas, con más furia, con más vida. Y si el suelo vuelve a reclamarte, si tropiezas una vez más, te levantas de nuevo. No hay otra forma.
No hay obstáculos que no se puedan vencer.
Cada barrera es una invitación a crecer, a descubrir la fuerza que habita en ti, aunque aún no la conozcas. No te aferres a lo que el mundo material te ofrece; lo que es tangible es efímero. Lo necesario, lo verdaderamente importante, no se toca con las manos, sino con el alma. Vive con humildad, porque la humildad no te hace pequeño.
Da todo cuanto puedas, pero que sea desde el corazón.
Dar, cuando es auténtico, cuando no hay condiciones ni expectativas, es el gesto más humano y divino. Hazlo por ti, porque la vida sabrá recompensarte de formas que no habrías imaginado, sin que lo esperes, sin que lo pidas.
Así es la vida: misteriosa, generosa, y siempre dispuesta a sorprenderte.