¿Miedo a qué?
Tenemos miedo. Miedo a la sombra que no existe, miedo a la palabra no dicha, miedo al silencio que no calla. Caminamos por la vida cargando una mochila llena de fantasmas. Algunos los vimos, otros los inventamos, pero ahí están, siempre, colgados de la memoria.
Nos dijeron que el miedo era útil, que nos protegía. Que cuando el tigre venía, el miedo corría más rápido que las piernas. Pero ahora no hay tigres, solo relojes y papeles, solo pantallas que parpadean y cifras que no entendemos, pero seguimos corriendo. ¿Corremos de qué? ¿De nosotros, de ellos, de todo lo que imaginamos que puede salir mal, aunque nunca ocurra??
Nos acecha lo nuevo, lo desconocido, lo que aún no tiene nombre. Y le tememos no porque lo entendemos, sino porque no lo entendemos. El miedo siempre encuentra lugar para mortificarnos, pero nosotros somos los autores de ese espacio.
Y así, el miedo se disfraza de prudencia, de sentido común. Y no vemos que, al final, lo que más tememos es no temer nada. Porque el día que no haya miedo, el vacío se llenará de preguntas sin respuestas. Y quizás entonces, por fin, el corazón aprenderá a caminar sin los pies sucios por el barro de la incertidumbre.