Un vendedor inolvidable
Hace un tiempo, crucé caminos con un vendedor. Tal vez, el mejor. No por lo que vendía, sino por cómo tejía sus palabras, hilando cada frase como quien sabe que detrás de cada oferta hay una historia. Su presentación no era solo un catálogo de productos, era un desfile de emociones, una caricia al oído, un golpe sutil al corazón. Tommy Haggen era su nombre, pero en su voz y en sus gestos, había algo más grande, algo que trascendía el nombre propio. Lo comparto:
«Sr. Romano: En los pasillos de nuestra empresa no se escuchan solamente, el eco de las estadísticas. Las cifras no cantan, los números no respiran. Aquí, lo que cuenta no se cuenta. Lo que vale no se pesa. Lo que importa son las personas. Y las personas no son recursos. No son piezas de una máquina. Son seres humanos.
Las personas son mundos. Son carcajadas que estallan y silencios que duelen. Son vidas que laten. Y esas vidas, que trabajan acá, nos importan tanto como usted, Sr. Cliente.
Nos alegra que disfrute de nuestros productos, pero más nos alegra saber que no lo dejamos solo después de la compra. Porque la verdadera relación no empieza cuando usted paga, sino cuando cumplimos. Porque cuando la promesa se convierte en realidad, nace la confianza. Y la confianza, esa sí, no tiene precio.
Aquí, en las entrañas de esta empresa, hay un pacto.
No lo escribimos en contratos ni lo colgamos en paredes. Lo vivimos. Aquí enseñamos, aprendemos y volvemos a enseñar. Porque creemos que siempre se puede ser mejor. Somos exigentes, pero primero lo somos con nosotros mismos, porque sabemos que cada error pesa, que cada acierto libera. Y soñamos. Soñamos que si un día, ese día que ojalá nunca llegue, algo golpea su negocio, su primer pensamiento sea para nosotros. No solo porque tenemos lo que necesita, sino porque, si no lo tenemos, seremos los primeros en decírselo. Y le mostraremos dónde buscar, y lo haremos juntos. Porque la confianza, esa que usted deposita en nosotros, es nuestro mayor tesoro. Y no queremos traicionarla. Nunca.»