Los egos que se comen al mundo: Historias de Pymes y su fragilidad humana
En el lenguaje coloquial, se suele hacer referencia al ego como exceso de autoestima, a una persona egoísta.Se usa para hacer referencia a todo individuo que no sólo tiene un amor excesivo por su propia persona, sino que además esto le hace estar en todo momento pendiente de su propio interés sin tener en cuenta el de las demás personas que le rodean.
El ego en las empresas puede ser una herramienta poderosa, pero también un arma de doble filo. En su lado positivo, un ego bien gestionado puede impulsar a los líderes a tomar decisiones firmes, motivar a sus equipos y alcanzar resultados sobresalientes. Sin embargo, el lado oscuro del ego puede ser siniestro y causar estragos. Cuando el ego se convierte en arrogancia o se infla demasiado, puede llevar a una desconexión con los demás, a decisiones basadas en intereses personales y no en el bien común de la organización.
Hace tiempo que insisto en hablar del ego, porque muchas veces se minimiza o se ignora su impacto real en la cultura empresarial. El ego mal gestionado crea barreras entre líderes y empleados, rompe la confianza y dificulta la colaboración. En vez de fomentar el crecimiento, provoca fricciones que pueden destruir el espíritu de equipo y desviar el enfoque de los objetivos.
Hay empresas que nacen de un sueño
Un día, alguien se mira las manos y dice: «Esto puedo hacerlo mejor. Esto puedo hacerlo yo». Y así, con manos temblorosas pero llenas de esperanza, se pone la primera piedra de lo que será una pequeña empresa. Una empresa que respira al ritmo de quien la sueña, una criatura que pide ser alimentada con esfuerzo y noches en vela. Sin embargo, al paso del tiempo, cuando el éxito llega o la tormenta arrecia, algo se pierde. Algo cambia. El ego, silencioso, se instala en el corazón del liderazgo. Y como un gusano que va comiendo lentamente la madera, comienza a comer lo que antes era pasión, lo que antes era vital.
El ego, ese animal insaciable
En las Pymes, ese sueño inicial suele estar en manos de una persona, o de unas pocas. Quienes las fundan lo hacen creyendo en algo, creyendo en ellos mismos. Y no hay error en eso. Pero el ego es un animal que no conoce el límite. Se disfraza de autoconfianza y poco a poco se convierte en un monstruo insaciable, que se alimenta del poder, del aplauso, de la sensación de ser. El liderazgo en las Pymes, a veces, olvida que una empresa es más que un nombre en un registro comercial. Es un organismo vivo que respira en las conversaciones del pasillo, que se nutre de las risas compartidas y que sangra cuando una mirada se llena de reproches.
El silencio que mata el alma de la empresa
Cuando el ego toma el mando, el silencio se convierte en la ley no escrita. Los empleados, al ver que sus ideas chocan contra una pared de indiferencia o desprecio, optan por callar. Es mejor no contrariar, es mejor no opinar. El miedo se cuela como una sombra en cada junta, en cada conversación en los pasillos. Pero el silencio, como una planta venenosa, va cubriéndolo todo. Y en ese silencio, el alma de la empresa, lo que la hace única, se desvanece. Lo que fue un sueño compartido, se convierte en una prisión de frustración. No es solo una cuestión de egos, es una cuestión de humanidad. El ego desmedido en las Pymes no solo aplasta ideas o proyectos, aplasta personas. Cierra puertas que deben estar abiertas de par en par, porque las mejores ideas nacen del encuentro, del diálogo, de la crítica constructiva. Pero cuando uno solo cree tener la razón, esas puertas se cierran, y el aire que corre dentro de la empresa se contamina.
La familia, refugio y cárcel
En muchas Pymes, la relación entre los empleados es tan cercana que se confunde con una familia. Hay abrazos y risas en las buenas épocas, y consuelo y apoyo en las malas. Sin embargo, como sucede en las familias, también hay expectativas, envidias y rencores. Y cuando el ego del líder se mezcla con lazos afectivos, todo puede convertirse en un campo minado. Cualquier palabra mal dicha, cualquier crítica, puede doler como una puñalada, porque no es solo el jefe al que se enfrenta, sino también al hermano, al amigo. El ego, entonces, no solo se vuelve desmesurado, sino también personal. Y en ese ambiente, las relaciones se desgastan más rápido, los conflictos crecen más profundos.
Volver a los orígenes: El valor de la humildad
El ego se combate con escucha. Con la capacidad de abrir los oídos y el corazón a lo que los demás tienen para decir. Escuchar no es solo oír palabras, es percibir lo que no se dice, es sentir las necesidades del otro y, sobre todo, aceptar que el liderazgo no es una demostración de fuerza, sino de sensibilidad.
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Fuente: catedralatam.com