Tal vez no lo sepáis, pero todos vendemos algo
En esta vida, sin importar qué oficio nos cobije o qué vocación nos arrope, todos, de una forma u otra, somos mercaderes del alma. Aunque no lo sepamos, aunque no lo aceptemos, vendemos sueños, vendemos esperanzas, a veces hasta vendemos silencios.
Cuando recomendamos un buen restaurante, un lugar de vacaciones, un médico o un contable, si lo hacemos a través de una linda historia, estamos vendiendo a otros lo que nos gusta. En esta vida, sin importar qué oficio nos cobije o qué vocación nos arrope, todos, de una forma u otra, somos mercaderes.
Constantemente estamos ofertando ideas, proponiendo conceptos o incluso negociando nuestra esencia.
Ya sea persuadiendo a alguien para que adquiera un objeto, convenciendo a un empleador de nuestras destrezas, o simplemente buscando el abrigo de la simpatía ajena.
Dominar el arte de la palabra, aprender a decir sin herir, a proponer sin imponer, a presentar lo que somos con transparencia y dignidad, son habilidades que deberíamos cultivar, sin importar cuál sea nuestro camino.
Al final del día, la vida es un intercambio constante de emociones y razones, un trueque perpetuo de influencias y afectos. Y reconocer que —con matices distintos— todos somos vendedores – o compradores – de algo nos ayuda a entendernos mejor.